sábado, 29 de octubre de 2011

"Proyectos"

Entre más crecen mis nietos, más divertidos y emocionantes se vuelven nuestros días juntos. Y, esta vez, es el turno de dar un gran paso en las actividades con mi nieto de cinco años, que seguramente ahora me corregiría, diciendo: ¡Ya casi tengo seis, Gramma!
Por eso, hoy, inicié un curso con el que espero dominar la técnica de la “Hidroponia”.  Aclaro, no es lo que, mi amiguita estadounidense, dedujo: “Hidro” = agua y, “Ponia”. . . ¿ponerse en el agua?
El proyecto consiste, en esencia, en aprender a cultivar hortalizas y flores ornamentales en agua bajo condiciones controladas. Y fue en mi primera clase que comencé a cuestionarme si no estaba excediendo, la capacidad de asimilar tanta información, de mi nieto.
Tras dos horas de recibir una clase de biología mezclada con los primeros pasos de este sistema de producción agrícola, casi desistí de la idea de continuar. Pero algo me recordó que él, como en muchas otras cosas, confiaría en mi dirección y haría lo que le corresponde a sus cinco años.
Esa fue la primera lección que aprendí a través de la Hidroponia y que nada tiene que ver con siembras ni sustratos: que los hijos, cuando son pequeños y, ahora mis nietos, no deben ser aplastados con explicaciones extensas de toda circunstancia. Y que es nuestro deber, discernir lo que pueden comprender y deben conocer para lograr las metas o aprender a manejar las circunstancias.
Pero, más importante, es la confianza que debo cultivar en él para que aprenda a seguir instrucciones, sabiendo que yo veré por su seguridad y que lo acompañaré en el proceso. Y que, una forma de ganarla, es la honestidad de hablarle del éxito o la posibilidad del fracaso.
A mis cincuenta y uno, creo que me gustará la Hidroponia. Y no sólo por los vegetales y flores que logremos cosechar sino porque, para mi sorpresa, empiezo a encontrar lecciones de vida más allá del cultivar.

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