miércoles, 12 de octubre de 2011

"Huésped"

En el umbral de la puerta de mi habitación en la Toscana, me detengo y observo.
Con el ir y venir entre mi casa en la ciudad y este espacio, prácticamente todo el tiempo, las cosas se ven como si estuviera a punto de salir al minuto siguiente. Las maletas, que antes permanecían en la bodega hasta que hubiera un viaje en puerta, ahora son objetos que mantengo a la mano por su uso constante.
Los libros, las bolsas para acarrear cosas de último momento y el escuche de mi computadora están a la vista y con un orden improvisado. Y así ha sido por los últimos once meses. Una forma de vivir muy distinta a mi natural manera de hacer parecer, hasta un cuarto de hotel, mi morada permanente.
Aunada a esta nueva costumbre y por la incertidumbre sobre el tiempo que aún podré vivir en la Toscana, aprendí a no cambiar la ubicación original de las macetas, adornos y hasta piedras, pensando que así lo encontré y así habré de dejarlo al partir.
Algo de todo esto me hace pensar: ¿No será esta la manera correcta y sana de vivir la vida, en todos mis entornos? ¿Qué pasaría si, al igual que con las macetas, venciera mi deseo de cambiar la vida de la gente a mi llegada? ¿Es acaso, esta nueva experiencia, el recordatorio de que en este mundo todo es pasajero? ¿Podría ser un ensayo para vacunarme de mi natural apego a la permanencia?
A mis cincuenta y uno, cuando creo haber diseñado una equilibrada fórmula de vivir, me veo empujada a enfrentar una distinta que me saca del tan buscado equilibrio, para seguir aprendiendo.

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