martes, 6 de septiembre de 2011

"Día uno"

Con la resaca del insomnio que me asaltó a las tres de la madrugada, finalmente desperté pasadas las nueve aunque, por el tinte oscuro en el reflejo de la ventana, mi corazón se sobresaltó al pensar que había pasado el día entero durmiendo.
Tras unos minutos de orientación mental, atiné a pensar en un café para rescatar mi conciencia y mi espíritu. ¿Qué le pasa a mi espíritu, por cierto?
En la esperanza de encontrar el buen ánimo perdido, retomé la escasa rutina con la que sobrevivo los amaneceres, sólo para confirmar que seguía extraviada en la incertidumbre. ¿Qué le pasa a mi ánimo, por cierto?
Ni el café, ni la música cambiaron mi semblante. Buscando cambiar el curso de mi despertar me volví a la cama como para rebobinar los 50 minutos transcurridos y engendrar un nuevo comienzo. Lejos de eso, las preguntas, como telaraña pegajosa, me paralizaron en mitad de la habitación y no tuve más remedio que escuchar sus inquietudes.
Poco avanzaba la conversación conmigo misma cuando descubrí el motivo de mi ánimo empantanado: el año se acaba y, por primera vez en todos sus meses, mi agenda no tiene escrito nada en el primer renglón.
He participado en el proyecto de vida de los míos y, en algunos, en su lucha por sobrevivir. Funcionando como enfermera, consejera, punching bag, financiera, administradora y mil cosas más, dejé a un lado el protagonismo de mi propia vida. Y, sin darme cuenta, me encuentro a solas, sin contexto ni libreto personal.
El elefante de la intranquilidad se sienta sobre mi pecho. Es el primer día, en el 2011, en que debo echarme a andar y retomar mi propia existencia con sus planes y proyectos. La ansiedad me envuelve al pensar que, tal vez, estoy llegando tarde a mi propia vida.
Me apuro a la cocina buscando más café. Tal vez el milagroso efecto de la cafeína y una abierta conversación con Dios despeje mis agobios y pueda pensar claramente.
A mis cincuenta y uno, cuando parece que el trazo de mi vida está marcado, amanezco sin rumbo y con los mismos miedos que me atajaban el paso en el primer día de escuela.

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