domingo, 11 de septiembre de 2011

"Bendiciones"

-¿Me haces un regalo?- pregunté a mi esposo, un poco obsesionada con la idea de comprar la mesa ideal para el “rincón perfecto para escribir” en la Toscana.
-¡Te regalo mi vida!- escuché su voz por el auricular.
-¡En serio!- reclamé, riéndome, -¿no quieres hacerme un regalo?
Su respuesta fue inmediata, -en serio, te regalo mi vida. . .
Un escalofrío me recorrió de la espalda hasta la nuca. Su tono era firme y, sin dudarlo esta vez, le creí. Con un nudo a mitad de mi garganta, apenas y alcancé a articular un “gracias”.
Huyendo de la emocionalidad, llevé la conversación a otros asuntos. Pensar en aceptar la oferta de la vida de mi amado me llenó de una mezcla de gratitud y temor.
Después de cortar la comunicación, sus palabras seguían resonando en mi cabeza y el efecto, un poco de espanto, no cesaba.
¡Cuánta responsabilidad acarrea el amor incondicional de alguien!, pensé.
Si aquel que nos pone su corazón en las manos reconoce que, como todo ser humano, somos falibles y jamás faltos de egoísmo, ¡qué valiente es su amor!
Tal vez esté más habituada a pensar en esa aceptación y fidelidad en el clásico ejemplo de un perro, pero. . . ¿Otro ser humano?
El compromiso y aceptación de un amor tan grande y consagrado me agobiaron. ¿Soy capaz de cuidarlo y protegerlo, incluso, de mis propios egoísmos?, me examiné.
Mi respuesta más sincera fue que no y, partiendo de esa conclusión, pude apreciar, en su total magnitud, el regalo de amor de mi esposo.
A mis cincuenta y uno, aún se me continúan revelando las bendiciones que, por la mucha inconsciencia, antes no reconocí ni aprecié. Y, un de las más grandes, el amor incondicional de mi amado.

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