miércoles, 18 de mayo de 2011

"Giros"

El patinaje artístico sobre hielo es, en mi opinión, uno de los deportes más bellos y a la vez uno de los más ingratos. Horas y horas de entrenamiento para una competencia pueden terminar con los sueños en 90 segundos si el patinador, ese día, no tiene un buen equilibrio emocional o alguna de las cuchillas es mal afilada. Las razones para fallar son muchas y la consecuencia igual de dramáticas: perder el equilibrio, olvidar la rutina o terminar en el hielo frente a cientos de miradas. Y, en mucho, me parece que la vida es muy parecida.
En el caso de un hijo, por ejemplo, cuya rutina en la pista de la vida está llena de disciplina, aprendizaje y belleza, hasta que un buen día se desconcentra, olvida sus rutinas o se descuida y termina tristemente tendido en el hielo frío escuchando las voces coreando ¡Ah, tan bien que iba!
Pero, al igual que en el patinaje, deberíamos enseñar a nuestros hijos que, sin importar lo sucedido, deben levantarse con el mentón en alto, aunque a veces haya lágrimas escurriendo en sus mejillas y retomar la presentación hasta concluirla.
Aunque se dice fácil la realidad es que no es así. Después de la caída puede suceder que el patinador genere temor a intentar nuevamente un salto o un giro aun cuando antes ya lo tuviera dominado. El miedo es irracional y se imprime en su conciencia por el trauma del error en público.
Y siendo honesta, me cuestiono: ¿Cuántas veces he renunciado a aventurarme por esos miedos surgidos en caídas pasadas? Temor a relacionarme y ser lastimada, a  iniciar un nuevo proyecto y fracasar, a iniciar una conversación y ser ignorada. ¡La lista puede es tan larga y la consecuencia tan limitante!
A mis cincuenta y uno, me gusta recordar el ejemplo que mis hijos patinadores me daban cuando se levantaban una y otra vez después de las caídas en el hielo, y retomar yo ahora el valor para intentar nuevos giros, saltos y movimientos.

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