martes, 16 de diciembre de 2014

"¡Hasta pronto, my friend!"

Todos –por lo menos una vez en la vida– nos cruzamos con gente que convierte al mundo en algo mejor y que nos regala historias de amor que contaremos a nuestros nietos.
Yo  me topé con una y la conocí en diciembre, hace 12 años.
En unas cuantas semanas, fue inevitable no quererla. Su sonrisa y su burbujeante hablar proclamaban, sin trapujos, dos cosas: Su amor inegable a Cristo y su apasionado amor al prójimo.
Pasó poco tiempo antes de que me enterara de su labor. Cuando apareció por primera vez en nuestra iglesia con un bebé en brazos, las historias de su ministerio comenzaron a fluir y yo comencé a entenderla un poco más. Ver a familias –felices y agradecidas– recibir a aquellas lindas criaturitas, rescatadas para ser adoptadas, fue para mí la evidencia de que la verdadera fe tiene por destino florecer en actos de amor, sacrificio y bondad.

Maureen, con sus ojos como gemas vivas y cabellos rojos, se conviritó pronto en el canal  de misericordia para unir a nuestra iglesia con los necesitados. Incansable, también promovía entre nosotros acciones para hacer llegar uniformes y útiles a los niños que lo necesitaban. Con la bandera de una humildad sin disfraz y un amor sin barreras de piel, traía hasta nuestra puerta oportunidades para amar al prójimo.
Ella, con ejemplo urdido con hilos de buenas obras, fue tejiendo en sus hijos una fe viva que no se limitó a palabras de buena rima. Así logró que la compasión se convirtiera en el sentimiento familiar, a la que jamás tapizó con tristeza o lástima. El dar alegre y compartir –hasta el espacio más personal– enseñaron a los suyos de la verdadera caridad, tal como “su Jesús” lo hacía.
Con su rostro de extranjera y sus expresiones tan mexicanas; con su forma locuaz de saltar del español al inglés, y con su capacidad para actuar con la elegancia diplomática para luego convertirse en la juguetona madre temporal de su bebé en turno, siempre me pareció que era una mujer que vivía en dos mundos. Y hoy compruebo que así fue.
Ella vivió con un pie temporalmente asentado en esta tierra –para hacer el bien– y con la mente en el cielo –su hogar–, a donde esta mañana ha ido a vivir eternamente.
Hoy estoy llorando la partida de mi amiga Maureen. Lamento que haya tenido que irse tan pronto y más me duele pensar que está dejando un vacío enorme en este mundo que tanto necesita de gente que ame a Dios con todo su corazón, su mente, sus fuerzas y sus obras. ¡Hacen tanta falta personas, como ella, alegres y congruentes en el amor!
Sí, puedo declarar que ella es una gran pérdida y que nos hará mucha falta. Pero su legado –ya de por sí valioso– también incluía una verdad y una certeza: Que Dios la salvó a través de Cristo y que, por una eternidad, continuará dando honor y gloria a su Dios, allá –en su morada celestial– donde seguramente ya estará acunando un montón de bebecitos y hablándoles en su “lengua champurrada” sobre el amor a Dios y las historias de su Jesús.

Te extrañamos desde ya, amiga y hermana querida.

Nuria


P.D. ¿Podríamos ser vecinas en el cielo, my friend?

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