viernes, 17 de mayo de 2013

"Nomás por el gusto: Entre líneas"


La tecnología y los tiempos parecían estar a nuestro favor. Mis noches solitarias en la Toscana, lejos de mi esposo e hijo, empataron con las estancias prolongadas, en la Quinta, de mi amigo Guillermo.  Y el creciente uso de las conversaciones electrónicas, tras un teclado, se convirtieron en el paréntesis para iniciar la amistad.
Como en un pausado juego de naipes, cada uno y por turnos, fuimos bajando cartas, escribiendo anécdotas y respondiendo a la curiosidad del otro, dibujando nuestras historias, sin ritmo ni prisa.
Así fue como supe del abuelo Eddy y el mestizaje con la tierra Oaxaqueña; conocí a la abuela, ejemplo de tenacidad y testarudez; y, con ojos risueños, leí las más curiosas historias de Lupita, su madre. Fue entonces que también descubrí el origen de una de las aficiones de Guillermo, coleccionar máquinas de escribir, y sentí mi corazón hacerse agua al escuchar la presentación cariñosa, una a una, de sus adorados hijos.
Nuestras charlas ocurrían como todo lo que tenía que ver con mi amigo, espontáneas y divertidas, tanto que, en esas tardes en las que el cansancio y la desesperanza se empeñaban en derribarme, buscaba en la pantalla su presencia y, chateando con él, me nutría de una buena carcajada.

Conocerlo fue una aventura. No encubría sus errores y parecía haberlos perdonado hace mucho tiempo. Con tono casi infantil, confesaba  a un pasado hombre iracundo y rudo que, por más que hacía por adivinarlo, nunca logré verlo bajo ese tono cálido, jocoso y cariñoso. – ¿Habrá  sido el mismo, alguna vez? –me pregunté muchas veces.
Semanas iba y semanas venían. Las cosas comunes se acumulaban y la semilla de la amistad germinaba. Entre confesiones, bromas y memorias, de “conocido”, la relación fue subiendo los peldaños del escalafón para convertirse en amigo aunque, ¡cosa extraña era no haber jamás estrechado su mano!
Buscando el día y la excusa, decidimos que era tiempo de hacer algo para conocernos personalmente y entonces hizo me una confidencia que terminó de convencerme que, aquel hombre, era especial.
En tono serio y un poco tímido, algo raro en él, se presentó a si mismo de manera oficial oficial pero. . . .¡Esa es otra historia!

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