Es 10 de mayo y me siento frente a la pantalla. Un borbotón de ideas
me fluye y, en un segundo, se convierten en lágrimas. ¿Quién puede escribir con
los ojos derramados? Y es que, en los últimos tres años, he vivido más de cinco
ocasiones el conato de convertirme en huérfana. Fue así, sin llegar a ese
momento (que sé que algún día me alcanzará), que comencé a valorar en toda su
dimensión la fortuna de tener a mi madre conmigo.
De ahí que ahora entiendo por qué Europa ya no quiere ser madre, tan
indispuesta está a renunciar a su confort y aprender a vivir en sacrificio por
alguien; ya no está en su pensamiento la idea de que tiene que dejar sus planes
personales y procurar un futuro, preparándolo para un hijo; los desvelos no le
apetecen y la preocupación por los sentimientos de alguien que dependa de ella
no le son atractivos. Todo aquello que sugiere renunciación, entrega o amor
incondicional, está fuera de su agenda pero, para mi madre, todo eso constituyó
su decisión y plan de vuelo por la vida.
Mi mami es madre de ocho y madrina de una decena de hijos ajenos; es
abuela de 23 y bisabuela de tres, y aunque la suma se convierte en multitud,
puedo ver que ha tenido y sigue teniendo amor especial para prodigar a cada uno de
ellos. ¡Tanto amor maternal alberga en el corazón, para los suyos!

Sigo en llanto y ahora, más que nada, de alegría. La maleta está lista
y mi ánimo se siente festivo. Tengo mil bendiciones que me animan a celebrar, aunque
una, especialmente una, es la que me dispone al festejo: ¡Dios me concede la compañía
de mi mami! Me la regala para que mis nietos la conozcan, la disfruten y la
amen tanto como yo; me la presta para que mis hijos aprendan a agradecerle a la
mujer que, con amor y sacrificio, me formó y, si se detienen a observarla, tal
vez hasta aprendan a seguir su ejemplo de amor con sus propios hijos.
Tras el recuento, sólo puedo agregar: ¡Gracias, Señor, por tan
increíble y apreciado regalo! Y, mi Dios, siguiendo esa mala costumbre de no
estar nunca conforme, hoy te pido una cosa más. . . ¡Larga vida para esta mujer
extraordinaria, mi madre!
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