martes, 24 de diciembre de 2013

Lecciones, confesiones y reflexiones: Revolución. . . 8

Todo iniciaba el día de la revolución que, por la cercanía en el calendario, coincidía con la conmemoración de la Revolución Mexicana.
Siendo un día de asueto, resultaba la fecha perfecta para dedicarnos sin prisas a la decoración de la casa. Esa mañana, bien abrigados, llegábamos temprano al parque destinado a la reserva de árboles de Navidad. Tras una selección cuidadosa, elegíamos al que viajaría sobre el techo del auto y que sería la figura central de la temporada. Y, teniendo un corazón musical, mi hijo era el encargado de asegurar una ambientación navideña “non-stop”.
A partir de ese día, lo mismo nos topábamos con él bajando la escalera, con un gorro de Santa Claus bien calado, saltando y cantando, que tumbado bajo el arbolito para mirar las luces como quien disfruta de ver las estrellas.
El revoloteo en el corazón de mi pequeño, era una incesante revolución de cantos navideños y regocijo por tener a la familia unida. Y la instalación del nacimiento era la oportunidad perfecta para sus preguntas: ¿Por qué había Navidad? ¿Para qué había nacido Jesús? ¿Por qué Santa Claus traía juguetes? Y por mucho tiempo, no faltó la duda a resolver, ¿quién venía primero? ¿Los reyes Magos o Santa Claus? 

La Navidad, gracias a ese chiquillo que parecía infectado de un espíritu frenético de gozo, fue por muchos años la época más linda de mi casa. Fue como un preludio de lo que, muchos años más tarde, entendería como la razón más feliz para celebrar: El nacimiento del niño Dios.
Hoy, la casa luce una decoración navideña. Mis nietos pasaron por aquí vertiendo su entusiasmo colgando esferas y preparando el nacimiento. Yo aprovecho para escuchar música que habla del amor, la paz y la Navidad. Sin embargo, nada vibra con aquel entusiasmo ni parece tener la magia extraordinaria de aquel niño. No escucho los saltitos ni la vocecita tarareando los villancicos. El pequeño portavoz de la alegría navideña está lejos, muy lejos y sólo me queda el recuerdo, uno que al rescatarlo en mi memoria, me hace sonreír.
Cierro los ojos e imagino aquellas noches en familia. Se dibuja en mi mente el árbol sembrado de regalos. Las luces matizan la imagen de mis recuerdos y puedo sentir el amor que fluía entre nosotros. 
Y entiendo, finalmente, que aquel niño que amaba tanto la Navidad, era como la campanilla feliz que nos recordaba y transmitía el verdadero espíritu de la celebración: 
El amor de Aquel que nació para darnos paz, unión y salvación a la humanidad.


¡Que el recuerdo de la llegada del Verdadero Amor, inspire a sus corazones!

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