viernes, 13 de diciembre de 2013

“Viviendo hasta hart-ARTE”

Ayer recordé lo que era una mañana frustrante. . . con un buen final.
A pesar de mí empeño, el desayuno que religiosa y pausadamente tomó la encargada de atención al público, en las oficinas del glorioso Instituto Mexicano del Seguro social, logró trastocar mi agenda. A cuatro minutos de llegar a mi siguiente cita, ya con 5 de retraso, recibí la llamada que cancelaba la entrevista de la que habría de nacer un reportaje.
Resistiéndome a la idea de invertir tiempo en el tráfico desquiciado, invertí en el peaje (por segunda vez en el día) para transitar a “otro nivel” por el segundo piso del periférico. Aún consternada por las cancelaciones y retrasos, pasé de largo la salida para volver a casa. Los ojos se me inundaron con lágrimas de frustración y el sol puso sus reflejos sobre ellas. Sólo entonces me di cuenta de algo: ¡Era una mañana soleada y hermosa!
Limpiándome las mejillas húmedas, miré a mí alrededor y descubrí un paisaje urbano nítido en sus contornos rectos y de alturas disímbolas. ¡Qué bonita es mi ciudad!
Ya enfilada hacia el sur e inspirada por la vista, recordé cuánto había pospuesto la visita al Museo de Dolores Olmedo, para echar un vistazo a los impresionistas que visitaban mi país. Cobijados dentro de la arquitectura de la antigua hacienda de La Noria, seguro no extrañarían los jardines de Tullerías y yo no echaría de menos el ambiente parisino.
Entre las salas concurridas (pero no abarrotadas) me topé con un pintor cuyo nombre había quedado velado y confundido con el pensador suizo, Jean Jaque Rousseau, y extraviada su obra, entre los demás impresionistas.

No fueron sólo sus trazos básicos y casi infantiles los que hicieron que me detuviera frente a “El carro del tío Junier”. También, casi de contrabando, mi experiencia se completó al escuchar algo de la vida de Henri Rousseau. Y entre imágenes e historias, mi vida se entrelazó con la suya con la fluidez de las cartas que se integran al ser barajadas por las manos del croupier.
La imagen del pintor, también llamado “El Aduanero”, apareció en mi mente, rodeada de papeles, datos y precisiones para controlar el ir y venir de los productos de los mercaderes. Un artista trabajando en la oficina de aduanas. Pero, ¿acaso no muchos vivimos prisioneros del oficio que nos da sustento? 
Yo sí, Henri, y puedo imaginar tus ansias para correr hacia tu pasión, al final del día.
Esquivando la cacería de los ojos recelosos del guía, un maestro de historia del arte que se resistía a compartir su información con aquellos que no pertenecíamos a su grupo, y dando la espalda a la imagen que miraban las alumnas, también me enteré de que les había “tomado el pelo” a muchos que admiraban su obra. 
Rousseau les aseguró haber estado en lugares que retrataba en su pintura cuando, en realidad, jamás puso un pie fuera de su país, y fue su capacidad para construir verdades alrededor de elementos (plantas conocidas en el jardín botánico, por ejemplo), la que dio vida a obras comprendidas en lugares exóticos y exuberantes. 
¿Por qué será que las mentes limitadas a la realidad, no pueden entender que la imaginación tiene el poder de traspasar cualquier frontera, Henri?
La anécdota y el recelo del envidioso guía me hicieron atragantarme con una silenciosa carcajada.
Para redondear la personalidad de este funcionario, de apariencia formal y espíritu bromista, supe que, contrario a Matisse, siempre esforzado por recibir el reconocimiento de sus colegas, para Henri no existía la necesidad de ser avalado o reconocido por autoridad alguna en el ambiente artístico de su época.
Henri, seguro de su pasión y vocación, pintaba con la técnica que sus ojos filtraban a través de su alma y la hacía fluir hasta su pincel y lienzo. Sin la preocupación de las corrientes pictóricas y técnicas, él plasmó la propia y la disfrutó en toda su autenticidad. ¿A quién le gustaría su estilo? ¡Poco importaba! Le gustaba a él. 
¿Verdad que en el arte, Henri, como en el alma, todos somos distintos y únicos? ¡Anhelo tu libertad, Henri Rousseau!
Ayer, gracias a que perdí una entrevista, una salida en la carretera y “el tiempo”, encontré a un nuevo amigo que vivió más de cien años atrás. Uno que me hizo recordar: lo valioso de vivir la pasión y no dejarse atrapar por la sordidez de la obligación; la fascinante experiencia de escapar de la realidad para crear sin fronteras; y sobre todo, proteger de las formas y tendencias la genialidad creativa que sólo puede vivir en la libertad del alma.

Gracias por los infortunios matutinos y ¡gusto en conocerte, Henri Rousseau!

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