martes, 5 de noviembre de 2013

"Tiempo, a tiempo y a destiempo" (Primera parte)

Como repicar de campanadas, hoy desperté con una palabra colgada en la conciencia: “Tiempo, tiempo, tiempo”. Siendo imposible ignorarla, dejé que los aromas del café se mezclaran con mi reflexión y me dispuse a seguir su rastro.
¿Qué hace tan importante al tiempo? Paradójicamente, la mayoría de nosotros lo dilapidamos en actividades inútiles, relaciones sin futuro o pensamientos destructivos cuando, en realidad, es un recurso limitado para todos, al menos aquí en la tierra.
Por ejemplo, cuando anunciamos que daremos una cena de cuatro tiempos, dejamos claro que hemos invertido mucho tiempo para agasajar a ese alguien importante para nosotros. Y si rescato la palabra “mucho” y la sumo a mi reflexión del tiempo, ¿encontraré el origen de mis pensamientos? Sigo cavilando. 

A veces, ocurren cosas a “destiempo”. Cumplir años en lunes, siendo una niña de cinco años, no es lo mejor que te puede pasar. Nada alienta a la celebración. Los deberes cotidianos secuestran a los posibles convidados y no hay lugar para una gran fiesta.
Pero ayer aprendí que el tiempo puede hacer toda la diferencia. . .
Cuando mi pequeña nieta recibió el tiempo de su mami y disfrutó de su creatividad en forma de pastel, ella vio crecer su bagaje de recuerdos de la infancia y, estoy segura, esa memoria iluminará su rostro adulto cuando vuelva su mente hacia el pasado.
Juntas, compartiendo un tiempo en exclusiva, hicieron el plan para preparar su pastel de cumpleaños y pusieron manos a la obra. Estoy segura que la pequeña no recordará que en una maniobra el pan sufrió un poco de daño pues será el tiempo madre-hija lo que eclipsará cualquier inconveniente del recuerdo. ¡Creo que encontré la clave! 

Mi nieta recibió muchos regalos, pero ninguno competirá en sus recuerdos con el más valioso y mejor de todos los regalos: ¡El tiempo de mamá!

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