miércoles, 17 de agosto de 2011

"Sismos"


Viví el sismo del 85 y lo recuerdo con mucha claridad. Lo que viene a mi mente cuando lo pienso es mucho pero, algo en especial, atrapa mi memoria. Me veo cargando a mi hijita de casi tres años y parada frente al edificio donde vivíamos junto con todo el resto de sus habitantes.
Aun después que el movimiento cesó, nos mirábamos unos a los otros, dudosos de volver al interior de nuestros departamentos. Pasó mucho tiempo antes de que uno de los vecinos, el que habitaba el primer piso con su esposa, dubitativo, entró para tomar sus cosas en una maleta y partir.
La misma escena se repitió con varios de nosotros. Mi hija y yo, apenas llevándonos lo indispensable, nos mudamos a casa de mis padres donde se concentró toda la familia por varios días.
Mi vida, al igual que mi ciudad, está asentada en una zona sísmica. Con mucha frecuencia puedo sentir las sacudidas, unas cortas y otras muy intensas, de esas que dañan los cimientos y resquebrajan muros.
Ahora mismo estoy viviendo uno de muchos puntos en la escala de Richter. No fue prolongado pero sí devastador. ¿El daño mayor? El pilar de la confianza, sobre el que descansaba una de las relaciones más importantes en la vida de mi esposo y la mía, quedó en ruinas.
Esa estructura que creíamos firme se ha fracturado y, al igual que aquel sismo del 85, permanecemos parados fuera de la relación mirándola y con el temor de que los muros, plafones o alguna otra parte se nos caigan encima. ¡Qué difícil resulta a veces sobreponerse al miedo de salir herido en una relación dañada!
Pero, al igual que en los tiempos de reconstrucción después del terremoto, el tiempo hará su labor, supongo, y poco a poco nos atreveremos a habitar en esa relación que, seguramente, necesitará mucho tiempo y esfuerzo para volver a levantarla.
A los cincuenta y uno, todavía le temo a los temblores y, aunque sé que superaré mi miedo al dolor algún día, creo que empezaré echando mano del tiempo para armarme de valor antes de volver a creer y confiar.

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