jueves, 18 de agosto de 2011

"Príncipe Azul"


 ¡Mi príncipe azul, jamás llegó!. . . O al menos, no de la forma como muchas lo esperan. Y no voy a describirlo como: “alto y bien formado, labios sensuales, cabellos rubios como el sol y dentadura de porcelana” porque, a decir verdad, ni me gustan los altos, ni los rubios, ni las sonrisas con dientes de comercial de dentífrico.
Y, aunque el personaje en cuestión, nunca fue parte de mi historia, la vacante dejó de estarlo hace más de 25 años.
¿El ocupante? Un hombre de mediana estatura, apenas unos cuantos centímetros más alto que yo, de ojos marrón oscuro y cabello entrecano, aclaro, canoso prematuro. A la fecha, según sus propias palabras, la manera como la gente lo identifica más rápidamente es: “el esposo de la mujer con muchos chinos”. . . esa soy yo.
Hace tiempo que trato de convencer a las mujeres jóvenes de que, pasados los años, todos los hombres comienzan a parecerse. Una barriguita cubre cualquier “lavadero” en su vientre y, hasta la cabellera más abundante da paso al cuero cabelludo reluciente como bola de billar. Así que, la selección de su príncipe, jamás debe basarse en esa imagen de figurín que muchas desean.
En mi caso y fuera de los estándares mí, ahora “rey”, me parece de lo más atractivo.
Sus ojos, siempre grandes y risueños, ahora han tomado un ángulo en declive y son enmarcados por arrugas, recuerdo de muchas, muchas carcajadas. Y, su boca, antes pequeña, luce aún más reducida entre dos mejillas que hablan del enorme placer que vive cuando come, desde un buen taco hasta el platillo internacional más refinado.
Su cuerpo, aunque algo redondeado, es paradójicamente más fuerte. No por nada ha resistido las jornadas de trabajo extenuante para proveer con generosidad a toda nuestra familia. Y su corazón, ¡ah, ese corazón! Aunque los médicos sugieren que puede no funcionar tan bien como cuando joven, yo estoy segura de lo contrario, porque: ama con más entrega que cualquier ser humano que yo conozca, se alegra hasta el límite con las cosas más pequeñas y simples, agradece intensamente cuando recibe y, renuncia, muchas veces hasta el punto del sacrificio, sin pensarlo dos veces.
Así pues, no hay príncipe azul por el cual suspirar en mi historia, lo aseguro.
A mis cincuenta y uno, me alegro de que no me gustaran ni los guapos ni los rubios y que, con la poca sabiduría de mi juventud y la mucha Gracia de Dios, encontrara a un hombre, un verdadero hombre. . . de los que ya pocos hay en estos tiempos.

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