jueves, 9 de julio de 2015

LA PROMESA: Más allá de la montaña (sin remitente) FINAL

Aquel recuerdo me entretuvo mientras, recargada contra un árbol de hojas vaporosas como nubes, miré a un par de caballos retozando y –al fondo del paisaje –la neblina luchaba por despegarse del suelo. La escena me hizo sonreír y una nueva memoria me tomó de la mano para continuar con el viaje hacia el pasado.

¡Si tan sólo pudiera volver a esos días cuando el campo era nuestro entorno y el amanecer nuestro mejor tiempo! ¿Sabes qué haría? Volvería a echar montura al Tonatiuh, mi alazán tostado, antes de que el sol saliera; me calaría el sombrero y me cabalgaría a tu lado para cruzar el vaho de la tierra húmeda y temprana de la madrugada. Me taparía la espalda con el jorongo de lana para disfrutar del silencio apenas interrumpido por el golpear de herraduras contra el piso. Me acercaría al viñedo, sin bajar de mi caballo, para cortar un racimo completo. Y en el atardecer, por el rabillo de ojo, me toparía con tu sonrisa viéndome salpicada cuando –al agitar sus crines – mi caballo se sacudiera el agua. ¡Vaya que sé que tú también lo disfrutabas! 

Papi, ¿cómo es que no me di cuenta entonces que era feliz? ¿Porqué no te dije "gracias" por todos aquellos años llenos de mimos y privilegios, y que me regalabas por el sólo hecho de quererme?

Hay cosas que hoy lamento y no haber sido más agradecida es una de ellas. Pero no me haré daño con ello, papi, pues sé que amaste siempre sin importar mis errores y mis defectos. De estar aquí, no dudo, de eso también me absolverías.

Pero me llega la hora de volver. Mucho he recorrido a través de estas montañas, pero sé que debo regresar al refugio y a mi vida. Solo una última pregunta me asalta antes de iniciar el retorno:

Si yo pudiera hoy, papi, hacerte volver, ¿qué haría?

La respuesta en mi mente agita una rebelión de llanto en mi garganta y el corazón amenaza con estallar en mis astillas. Lloro hasta quedar ronca y termino en mis rodillas al descubrir que, si yo tuviera el poder de hacerte revivir, papi, si yo tuviera el dominio sobre la vida y la muerte, no. . . ¡yo no te reviviría!

Y no es que no te extrañe hasta sentir que me falta el aire, o que tu presencia no me haga falta para andar completa por el mundo. Pero es que tú me enseñaste que hemos de vivir para dar y, lo que tú tienes ahora, padre mío, no está en mí podértelo entregar. Porque creo en el cielo con cada palpitar de mi corazón; porque sé que no me equivoqué cuando –desde niña –te creí eterno. Porque no -por cobardía- haré a un lado la lección que sé que me toca aprender: dejar a Dios ser Dios, en paz y sin reclamos.

¡Oh, Dios! ¡Cuánto te extraño! ¡Cuánto dueles! ¡Cuánto pesa no tenerte!

Pero, papi, ¡estoy cansada de llorar! Me duelen los huesos de tristeza. A ratos – te confieso –quisiera dejarte de extrañar para reposar un poco el alma. Pues ahora sé que ni llorándote un mar cambiaré el futuro. . . ni siquiera lo haría si pudiera. Así que, como esa charla a solas -treinta y dos años atrás- hoy te acomodo en la repisa que cuelga -alto, muy muy alto- en lo más alto del cielo al que ahora perteneces.


Y no pretendo olvidarte pues es tan imposible como tratar de revivirte. Mejor echaré mano de esas palabras que me dijiste en aquella habitación en penumbras y las traeré al presente: ¿No te das cuenta que te quiero? – me dijiste – ¿y que no puedo verte así?

Salgamos, pues, de la habitación en penumbras que me ha mantenido cautiva desde que moriste, hace cuatro meses. Prometo esforzarme y tratar de enamorarme de la vida para seguir viviendo;  y aprender a ser feliz con nuestros recuerdos, y sonreír cuando te descubra en mis manos o en el reflejo del espejo porque, hoy me alegro con el alma, de parecerme a ti.

Tu hija, desde más allá de las montañas (sin remitente), que te ama tanto como a su propia vida.

Nuria


P.D. ¿Está mi Lorenzo contigo allá en el cielo?

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