jueves, 2 de julio de 2015

"La Promesa: La tilde"

Observo mi entorno y repaso con la mirada lo que me rodea.

Estoy entre las sábanas que reconozco como los vestidos de mi propia cama y mi cabeza se apoya sobre la almohada que vive impregnado de mi perfume. Junto a mí, mi compañero por más de treinta años dormita y el ritmo de su respiración me recuerda las décadas de compartir el mismo espacio.
Mis libros, mi ropa ordenada siguiendo el abanico del arco iris y. . . todo, todo es un retrato de mi vida.

Entonces, ¿porqué me siento ajena y perdida en mi propio mundo? ¿Puede alguien extraviarse en un camino cientos de veces andado?

Trato de entender la sensación que por primera vez me visita y me rehuso a usar las explicaciones trilladas sobre el duelo, esas que quieren encajonar lo que siento en teorías cuadradas en tres capítulos.

Busco opciones que me ayuden a entender. ¿Será el cansancio de diez años de pesadas cargas o quizás el síntoma inevitable del tiempo vivido sobre los mismos huesos? 

Le doy vueltas y busco mi propia forma de explicarlo, en mi idioma, como sólo un escritor lo haría.
Ahora lo sé. Lo que me ha hecho perder el rumbo es haber quedado atrapada en la existencia pendular de una tilde.
¿Que qué diferencia hace una tilde?
¡Toda!, he aprendido.

La pérdida requiere llanto para aplacar el dolor y aún me quedan muchas lágrimas guardadas. ¡Cuanto pesan!

Y perdida –sin la tilde – es como yo me siento ahora que la ley de la vida ha amputado mi raíz.

Tal vez sea momento de partir para poner distancia, entre mis parajes y yo, para encontrar un nuevo mundo sin ti, papi.

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