domingo, 6 de enero de 2013

"Plagas del alma: las minas"


Al iniciar mi recuento y escribir mi lista de plagas, admito, las minas no estaban incluidas.
Fue hace pocas horas que descubrí la afección que me provocan y, confieso, parece que esa plaga es grave. . . casi crónica.
El diario caminar implica tropezar, desviarse hasta extraviarse o caer herido pero, más peligroso que todo eso, son las minas las que afectan el ritmo de mi vida más severamente. Esas memorias o miedos ocultos bajo el camino, a las que he nombrado “minas”, más de una vez, me han dejado paralizada por el terror de hacerlas explotar a mí paso. Y cuando llego a pisarlas, la sorpresa o los recuerdos, me impiden volver a andar por el temor de encontrar una más.
Así es como, entonces, evito experiencias por caminos nuevos o tiemblo cuando el paraje me recuerda el pasado y, sin quererlo, voy quedándome varada y evitando que el futuro se extienda frente a mí.
Seguro, ahora mismo, muchos estarán pensando en frases o recetas para alentar al arrojo perdido pero, ¿cómo supera la angustia una madre al ver a su hija abatida o acobardada, si ya ha llorado junto a una cama de hospital cuando ella intentó quitarse la vida? ¿Cómo exigir valor al padre que debe abrir el puño para dejar volar al hijo que, en un pasado no lejano, fue presa de la destrucción de las adicciones? ¿Cómo asegurar al hombre que decide emprender la nueva empresa que todo estará bien, si antes lo ha visto derrumbarse junto con un intento fallido? ¿Cómo pedir serenidad a los padres cuando sus hijos salen de fiesta, si ya viven con una familia mutilada por la muerte de uno de sus críos, víctima de la imprudencia o el alcohol? ¿Cómo hablar de larga vida a quien vive suspendido del diagnóstico de un cáncer o un padecimiento incurable?
Todas estas cosas, más allá de las frases, son minas de dolor que se esconden en los senderos de la vida real y, las más de ellas, llegan a nosotros de forma inesperada. ¿Y quién quiere caer en semejantes trampas?
¡Parece no haber respuesta o ser un callejón sin salida! Pero, antes de resignarme a quedar encarcelada en el temor y los estragos del pasado, encuentro que sólo existe un antídoto contra las minas ocultas: La fe; y para que la fe sea viva, Dios es el único y posible depositario capaz de librarme del miedo a vivir.
Concluyo que, sólo si mantengo los ojos y la fe puestos en Dios, sabiendo que nada está oculto a Su mirada, puedo seguir viviendo y caminando hacia adelante, en la certeza de que Él no permitirá que pise sobre experiencias que no tenga planeadas para mí. Más que dedicarme a buscar o adivinar las minas, creo que debo entrenarme en seguir la guía perfecta del Buen Dios.
No dudo que aún me tocará sentir la explosión de situaciones dolorosas, nuevas o viejas, pero si el Señor Dios va por delante, también sé que Él me ha asegurado que “no tendré prueba más grande, que la que puedo soportar”.

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