
Aunque, en mi caso, una de las razones para desacelerar mi ritmo de vida fue el tema de la salud, también vino del cambio de circunstancia: el nido vacío. Cierto es que la soledad en casa fue difícil de vivir en algunos momentos pero, también, la posibilidad de que surjan momentos de intimidad con mi esposo o de recogimiento personal se dan ahora con mucha más facilidad.
El canje en este cambio se vuelve por demás venturoso: las largas listas de actividades se acortan y, de no cumplirse, son suplidas con sana indulgencia; la prisa de abarcar más de la vida cambia a una sabia selectividad y las fiestas multitudinarias quedan atrás para dar espacio a encuentros más reposados y más llenos de conversación.
Sí, es lindo llegar a los cincuenta y comenzar a vivir la vida con “más tiempo” en lugar de que la vida, con sus prisas, me siga viviendo.
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