martes, 29 de marzo de 2011

"Miedos"

Mientras escribo este blog, un alacrán en mi comedor atrapado en un vaso, espera la llegada del experto en fumigaciones. Nuestro encuentro, ayer por la noche, me dejó con los nervios destemplados. Y como antecedente personal, es importante recordarles que soy un “aracnofóbica” en proceso de dejar de serlo (lo que quiere decir que, ¡todavía hacen que mi estómago tiemble!, aunque ya no me genera desvanecimiento). Pero no sólo la visita del alacrán perturbó mi paz.
Después de que, en un acto de extrema valentía de mi parte, lo enfrasqué en el único objeto que tenía a la mano, un vaso, corrí a mi habitación para tratar de dormir y al mover mi libreta de notas, una araña (que en mi imaginación tenía el tamaño de una manzana) se deslizó sobre el buró hasta desaparecer atrás del cajón. ¡Casi caigo desmayada!
Pasado el horror, me asaltó la idea de que no podía dormir sabiendo que el arácnido estaba a  menos de 40 centímetros de mi almohada así que, en un segundo acto de heroísmo, corrí a la cocina por el insecticida, teniendo que pasar frente al alacrán que no dejaba de agitar la cola con su aguijón. Después de rociar cada centímetro de mi cabecera, los burós y marcando un círculo alrededor de la cama, volví a la cama mientras aún temblaba de miedo orando mil súplicas por segundo a Dios.
El insomnio me dio horas para pensar sobre lo irracional de mi temor e inicié un repaso de todas las ocasiones que opté o decliné en función de mis miedos. Nunca hice el viaje a Chiapas con una de mis mejores amigas por el miedo a las arañas y tampoco acampé en una playa. No volví a las cabañas en la montaña ni fui a ese viaje a Brasil con mi grupo de la universidad.
Ahora, la paz de la “Toscana” ha sido alterada y me encuentro ante la misma disyuntiva: continúo disfrutándola o huyo movida por los temores.
Pienso en cuanta gente está viviendo un tiempo de decisión: el joven egresado que no encuentra empleo en alguna corporación y no se atreve a iniciar un negocio para auto emplearse; la joven mujer que vivió el desamor del esposo y su familia ya no es como la soñó, pero que no se atreve a esperar un nuevo amor; la mujer mayor que requiere una operación que le traería mejor calidad de vida y teme a la anestesia; el estudiante universitario que no puede disfrutar mientras se prepara sufriendo de antemano la posibilidad de no encontrar empleo y mi lista podría ser aún más larga. ¿Qué define sus decisiones? ¿El temor o la esperanza?
A los cincuenta, aún vivo enfrentándome a mis miedos viejos pero quiero, con todo mi corazón, escalarlos a su verdadera dimensión, aprender a combatirlos y no dejar que ellos definan mi futuro.

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