miércoles, 5 de octubre de 2016

GRACIAS, PAPÁ: Después de vejez. . .

“Después de vejez, viruelas”, decía mi abuelito. ¿Recuerdas, pá? Pues yo he vivido con el dicho colgado en la conciencia durante semanas y justo hoy se da el caso de que ¡me ataquen las viruelas!
Es inevitable reírme de mí misma y de mi pasado. Aún puedo dibujar en mi memoria tu sonrisa orgullosa cuando en medio de las presentaciones con unos colegas tuyos, sin que viniera mucho a la conversación, les hablaste del evento de graduación al que habías asistido la noche anterior. “¡Ya madre de dos hijos, con esposo, trabajo y casa que atender, mi hija terminó su maestría el día de ayer!”.
Nunca he tenido el arte de reaccionar con gracia a los elogios pero algo sí puedo asegurarte: tu expresión de orgullo y la felicidad que sentías por mi empresa profesional, hicieron que todas esas tardes de estudio invertidas y los agobios por los exámenes tuvieran su recompensa.
Entonces, si la memoria no me falla, tenía casi veinte años menos y, cosa extraña, aún así me pensaba añosa para andar en esos trotes.
¿Qué dirías al enterar que hoy, cinco de octubre, estoy iniciando una segunda maestría? ¿Te reirías junto conmigo o te hincharías con un poco de presunción por mi osadía? 

Lo que es un hecho, pá, es que me has hecho falta para que este emocionante capítulo que inicia sea perfecto. Seguro te habría enviado fotos de los cuadernos rotulados y de mi cara de inseguridad del primer día. Tal vez, con un poco de ayuda, habrías grabado un mensaje que yo llevaría en el celular al entrar al aula.
Pero, como todo aquello que aprenderé a crear a través de las palabras, tu compañía es una fantasía.
No tengo certeza de que este mundito –ahora tan ajeno a ti– te quite el sueño; ni que mis cartas lleguen a tus ojos ni que mis planes te conmuevan. Por eso me conformo con escribirte y contarte mi nueva correría, una que, paradójicamente, será una pieza grande del legado que dejaré a mis hijos y a mis nietos.
Para variar, papi, ¡tenías razón! Me conociste pronto y mejor que nadie y fuiste tú quien me anunció que mi espíritu era uno rebelde e idealista. Y, como ves, sigue causando estragos a mi rutina, rebelándose contra el camino marcado para la gente de mi edad; no conformándose con haber recibido un don sino que se empeña en explotarlo; y que no se dejó intimidar por el escueto legajo de hojas del calendario que me resta para marcarme metas que conllevan renunciación, entrega y mucho esfuerzo.

Tal vez no lleve tu mensaje en la cartera, papi, pero te vas conmigo a clases. . . en el corazón.

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