jueves, 4 de agosto de 2016

"GRACIAS, PAPÁ: Mi propia muerte"

Procrastinar, tú lo sabes pá, no es mi forma natural de ser. Y, sin embargo, tengo que confesar que es hasta hoy –mi último día en México– que me decidí tuve el valor de empacar. ¡Son tantas cosas que se quedarán fuera del equipaje! Algunas por elección y otras porque, con la fuerza que a mis 56 años me queda, ya no soy capaz de cargar. ¿Puedes creer que ya puedo hablar de un cansancio que no se quita con una buena noche de sueño?
Empecé por vaciar el clóset, como si con ello pudiera ahorrarle la monserga a quienes –si por alguna vuelta del destino no volviera– les correspondiera echar fuera mi paso por la vida.
Y, junto con blusas y zapatos, empecé a sacar compañías y afectos que ya no tienen futuro. No voy a mentirte, ¡cómo duele ver que hubo quienes no entendieron el mensaje insistente de mi amor y apoyo! Pero sé que debo aligerar mi viaje y dejar atrás intentos vanos que sólo me consumen la paz que necesito para mirar el futuro con ojos limpios y llenitos de esperanza. ¡Hay tanta gente a quien puedo entregarle ese amor que me llena el alma!
Mi gatita, Amore Mío, cual sombra me sigue, como si intuyera que volveremos a separarnos. Mis nietos, ayer, en el abrazo de despedida, repitieron la pregunta que me consume el alma: ¿cuándo regresas, Gramma? Y les respondí con toda la honestidad posible: “En unos meses y haré todo para poder verlos”. Pero, ¿cómo contestar a esos ojitos expectantes que no sé si podré cumplir mi promesa? Pá,  tú sabes que nací para ser su abuela y que ¡ellos son mi vida y es lo único que me calcina el ánimo! Pero también mi ausencia es un regalo que aprenderán a entender (tal vez cuando ya ni siquiera me puedan ver).
La buena noticia es que me llevo una maleta completa (tal vez con sobrepeso) repleta de amor de amigos que nos cubrieron de cariño y que cambiaron el ritmo de sus días para encontrarnos. ¡Qué privilegio es ser amado! Estoy haciendo entrar hasta el último nuevo recuerdo de celebraciones, risas, lágrimas compartidas, y futuros aderezados de reencuentros. Y en el bolso de mano, he guardado los mensajes de mis primas, esos que me pintan la sonrisa (sé que necesitaré de su alegría para los días grises); y  como un tesoro, he empacado los abrazos de algunos de mis hermanos y mi tía más amada que, para enfrentar el reto y la necesidad, me sostienen por la espalda para mantenerme en pié (tenías razón, pá, ¡ellos estarán conmigo siempre!).
Y por más que he tratado de echarla fuera, se me ha colado en la maleta la desesperanza de ver que hay cosas que no han cambiado. El pesar de reconocer como –algunas personas que amo con toda el alma– han tomado la decisión de no usar su vida para amar, crecer, servir y ser felices. Pero es algo que no puedo cambiar y que son recuerdos que he permito que me acompañen para orar por ellos pues, ¿no es Dios el único capaz de hacer el cambio en el ser humano?
Amo a mi México, pá, y es algo que tú me enseñaste a hacer. Amo a mi gente, tan variopinta como los paisajes que tanto disfruto al andar por las carreteras de esta tierra que nos acoge con generosidad. Pero, aún así, tengo que irme.
Hay un sueño esperándome al otro lado del mar y gente que me ha abierto los brazos. Tengo que ir al lugar que nos promete el descanso que, mi marido y yo, –este par de viejos en los que nos estamos convirtiendo–, de verdad necesitamos. Pero, más importante que todo, nos espera el hijo de nuestro corazón –ese nieto tuyo al que tanto amaste– que gusta aún de la compañía de sus viejos, que se entusiasma al compartir sus planes, su vida y las emocionantes anécdotas de un día cualquiera.
¿Sabes, pá? Hoy estoy triste y acongojada por la partida pero, aunque ya no vives en este mundo, me ayuda que siempre estés conmigo y que tengamos este lugar para encontrarnos.
Papi, me llegó el día de morir a lo conocido y al pasado para poder renacer. Así que, ¡hasta pronto, México mío! ¡Hasta luego, vida y gente de mi pasado!

Y. . .¡HOLA, ESPAÑA!

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