martes, 2 de agosto de 2016

"GRACIAS, PAPA: ¡El loco anuncio!"

Hoy, de sólo recordarlo, ¡me desbarato en carcajadas!
Seguro tú recuerdas, papi, aquel anuncio que recibiste bajo la regadera y –si no supiera que te gustaba el agua muy caliente– seguro te cayó como balde de agua fría.
Aquella mañana, antes de ir a trabajar, pasé por tu casa a las siete de la mañana. Al escucharme tocar la puerta, mi mami se incorporó, indicándome que podía pasar.
–¿Y mi papi?– le pregunté, sin siquiera darle los buenos días, al ver que ya no estabas en tu cama.
–En la regadera– me respondió, volviéndose a acostar.
Entonces llegué hasta la puerta donde ya te duchabas.
–¡Pá!–te grité para que me escucharas, –¡me caso en agosto!
Por unos segundo, sólo escuché el caer del agua y contuve el aliento para aguzar el oído. ¡Necesitaba conocer tu respuesta!
–¡Que sea para bien!–finalmente te escuché decir.

–¡Eso espero!–agregué y, libre del pesado secreto que había cargado por tres días, salí con algo parecido a una sonrisa pues, para ser sincera, ¡me debatía en dudas y temor por haber dicho un “sí” que trajera malas consecuencias!
Aunque yo me resistía a la los convencionalismos, mi entonces prometido no aceptó otra forma de hacer las cosas. Así –tres semanas después–, cuando él volvió de su viaje a Europa, ustedes organizaron una “merienda informal” (al estilo vasto de mi mami) y él, sin reparos, se ajustó al protocolo. Tras una conversación “entre hombres” que me confinó a la cocina, bajo la excusa de ir a ver si todo estaba listo (¡cuando yo ni siquiera cocinaba!) y una cena “sencilla”, tú completaste el interrogatorio que te aseguró que el “muchacho” era buena persona. ¡Pasó la prueba!
Desde ese día, tú le tendiste la mano para darle la bienvenida a la familia. Y, al paso de los años, con sus actos y por la forma en que cuidó de nuestra familia (más de una vez te escuché llamarlo: “el mejor padre que habías conocido”), lo llegaste a querer más que a todos los miembros políticos de la familia. Algunas veces, medio en serio y medio en broma, aseguré que –de habernos divorciado– tú te habrías quedado con él y no conmigo.
Ya vez, pá, aunque en el mismísimo día dudé en llegar a la boda, me doy cuenta que a pesar de mi loca manera de anunciarte mi decisión de convertirme en la esposa de Salvador Ramírez de la Torre, todo fue como tú y yo esperábamos: ¡Para bien!
Con mil tropiezos, retos  –que a veces pensé que nos vencían–, el cansancio y los momentos de duda, tu yerno favorito y yo hoy cumplimos ¡treinta años de casados!
¿Sabes pá? Ahora entiendo la importancia de aquella cena donde tú pudiste reconocer a la maravillosa persona que aspiraba a ser mi esposo, y él pudo demostrar un respeto que tuvo hacia ti hasta el último de tus días.
Hemos formado una familia que –aunque no es perfecta– ha sido nuestra razón para hacer de la nuestra una vida de sacrificio, entrega y lealtad como padres, ¡y como abuelos de los tres niños que tanto amaste, tú también!
Sé que, junto conmigo, papi, estarás dando gracias a Dios por el hombre que hoy es mi compañero de vida y que –como ya lo dije alguna vez– ¡ES LA MEJOR PERSONA QUE HE CONOCIDO EN TODA MI VIDA!
¡FELIZ ANIVERSARIO, GORDO! ¡VAMOS POR MÁS!


P.D. “Lo que bien comienza, bien acaba”. . . ¡aunque nadie creyó que lo lograríamos!

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