viernes, 30 de mayo de 2014

"De Maléfica y otras maldades"

Cuando niña, uno de los más conocidos íconos de la maldad fue Maléfica.
Llena de belleza exótica y malos sentimientos, hacía alarde de ingenio para arruinar la vida de los que la rodeaban. Una combinación de celos, egoísmo, odio y envidia eran el combustible de sus maquinaciones.
Ahora, muchas décadas después, descubro que el protagonismo de una película no recae en el personaje tradicional: la buena del cuento. Por el contrario, el eje de la historia es esta malévola hechicera, de mi infancia.
Al igual que la leyenda original, los personajes se enredan hasta un momento en el que, en un doloroso suspenso, todos parecen haber perdido algo: una amistad, el amor, la esperanza, y hasta la cordura. Y, ¡todo iniciado por los mismos malos sentimientos de siempre!

El final nos entrega la enseñanza cuando uno de los personajes confiesa: “Me dejé llevar por el odio y el rencor”. Aunque la confesión es sincera y el arrepentimiento real, las heridas, el dolor y las pérdidas ya no pueden ser borrados. Para cuando la conciencia descubre el error, las relaciones ya han sido quebrantadas, los sentimientos heridos y el recuento de los daños es largo y penoso.   
Para fortuna de quienes vimos esta nueva perspectiva de la historia, éste también es un cuento y, como buen cuento, llegó un “final feliz”.
Pero no todo en esta cinta es puro cuento. Los celos, el odio, el egoísmo y la envidia son muy reales y son parte de la vida que me rodea. Las consecuencias de convertirlos en el combustible de nuestras decisiones y acciones, también lo son. Y las rupturas y los daños destructivos, tan ineludibles como los del cuento.

Si, cuando nos muestran semejantes realidades en una enorme pantalla, podemos identificar tan fácilmente lo pernicioso de semejantes sentimientos, entonces ¿por qué será que no somos capaces de evitarlos en nuestra propia vida?

Buena historia, buen final pero, en la vida real, ahí sigue latiendo la paradoja.

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