jueves, 4 de julio de 2013

"Erase una vez . . . mi vida: Despedidas"

La ventaja de ser abuela es que, cuando se dan las despedidas y finales, ya tenemos plena conciencia del correr de la vida y más tiempo para disfrutar de esos cierres de ciclo que ocurren en la vida de los nuestros.
Ayer, envuelta por una mañana de sol y humedad, disfruté del fin de cursos de mi nieta. Un puñado de gente nos reunimos para celebrar los logros y perseverancia de los niños que, con orgullo, se hacen llamar “comunidad”.
En un sistema escolar, donde todos son importantes y valiosos por sus diferencias, se abrieron los espacios para que cada uno de los chicos que se graduaba expresaran sus talentos y sentimientos. Algunos cantaron, otros improvisaron palabras emocionadas y, para los que continuarán en la escuela, fue el tiempo de observar y aplaudir. Para esos pequeñitos, ¡también hubo una última lección!
Mientras en otras escuelas se extiende la pasarela para que cada niño pase por ella, en la de mi nieta también les enseñan el arte de acompañar sin andar bajo la luz de los reflectores. Con un silencio respetuoso y el ánimo de aplaudir los éxitos de los que parten, dejaron el lugar del protagonismo a quienes lo habían ganado a mérito de cursar ya varios años.

Todo me hizo pensar. ¿Qué sería de nuestra sociedad si, al igual que en esa pequeña comunidad escolar, aprendiéramos a celebrar los logros de los demás y no viviésemos el ansia permanente de sobresalir para ganar el aplauso y la atención?
Dos palabras se conjugan en mi respuesta: Armonía y equilibrio.
Se me ocurre que, en nuestras relaciones imperaría una sensación de armonía al vivir libres de la competencia; y un equilibrio en nuestras emociones se instalaría al tener la certeza de que, sin necesidad de demostrar, conservamos un lugar único y personal dentro de una comunidad.

¡Cuánta felicidad añadiríamos a nuestra vida, si también gozáramos los logros de los otros!
Un aplauso a la comunidad Montessori.

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