sábado, 30 de enero de 2016

"GRACIAS PAPÁ: Los hijos desconocidos de mi padre" (Parte 1)

El día de trabajo ha sido largo y lo que más deseo es apagar la pantalla e irme a la cama. Coloco el cursor sobre la manzanita para cerrar el sistema cuando, en el lado derecho de la imagen, aparece un recuadro con el mensaje: “¿Está por ahí?”

Pero demos un paso atrás, papi, y retomemos esta historia hasta el día donde todo este difícil capítulo de mi vida comenzó: el 10 de marzo del 2015 a las 5:33 a. m., el instante en que moriste.

Desde ese día, mi mente comenzó una transformación que me fue casi imposible descifrar por muchos meses: lloré sin lágrimas, reclamé sin palabras y viví deprimida sin dejar de moverme y caminar por el mundo ni un sólo instante. Hasta que un día, como presa con muros cansados de contener tanta agua, lloré y grité a mitad de la montaña, anunciando que no podía seguir así. . . ¡tenía que dejarte ir!


Quisiera continuar diciendo que –después de desgañitarme la garganta con esa declaración– así ocurrió, pero mentiría. Sin embargo, algo cambió. Tras esa mañana, en mis pensamientos comenzaron a ocurrir conversaciones “tripartitas” –como llaman a esas tele conferencias por Skype o en llamadas múltiples–; sí, me nació la costumbre de hablarte y, junto contigo, a Dios. Fue como, entre los tres, empezamos a vivir una comunicación que a ratos me parece tan real como interminable.

Nuestras “conversaciones”, desde entonces, dejaron de ser privadas porque ¿acaso no explica el dicho que “lo que se dice entre dos, no se dice entre tres”? En eso se ha convertido nuestra relación: en una comunicación entre tres, permanente y cotidiana. Y es por ello que encuentro el arrojo para dejar de hacer nuestras charlas algo “privado”. Tú, al fin y al cabo, fuiste una persona que tomaba la palabra –en cada oportunidad– y hablaba con la gente sobre la forma adecuada de vivir.

Así que, con tu permiso (a la distancia de un pensamiento), he decidido compartir nuestras conversaciones con los que leen estos escritos y, de alguna forma, pasar con honestidad el aprendizaje que adquirí a través de tus innumerables pláticas de sobremesa.

Explicada mi razón, jalo la hebra de la historia surgida con aquella notificación que inició una “conversación virtual” con una de tus hijas desconocidas para el mundo.


(continuará. . .)

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