miércoles, 6 de mayo de 2015

"LA PROMESA: El engaño" (Primera parte)

Cuando niños, nuestra vida transcurría entre horarios y deberes. Los cinco primeros, nacidos con diferencia de once meses o un año –entre uno y otro– formábamos un pequeño regimiento que mis padres criaban a base de reglas y diversas clases privadas: música, inglés, natación, karate, gimnasia y otras que eventualmente completaban nuestra formación escolar.

Para apuntalar los logros –y relajar un poco el ejercicio de la autoridad de mi madre –mi papi instituyó el mecanismo de control de "La libreta". Funcionaba así: Cada uno contábamos con una y en ella asentábamos los horarios en que debíamos cumplir con nuestras obligaciones. Iniciaba después de la comida y, por medias horas, señalaba el tiempo para realizar los deberes escolares, las prácticas de piano, la clase de inglés, etc. Y para asegurar el cumplimiento, cada uno de nosotros tenía un hermano que firmaba al final del día cuando el programa era seguido religiosamente. 


Las cosas marcharon bien, en un principio, pero pronto se confabularon alianzas donde el supervisor firmaba por simpatía, aún cuando el dueño de la libreta no hubiera cumplido con el programa. Hasta que un día se descubrió el fraude y mi padre aplicó la sanción: Los instrumentos musicales –piano, acordeones y violín – serían vendidos y mientras se ejecutaba la sentencia ¡nadie podía tocar una sola nota más!


Ahí aprendimos la verdad del dicho que "Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido" pues, de la noche a la mañana, ninguno de nosotros pudo volver a tocar su instrumento. Las tardes se volvieron mucho más largas y el poco ensayado arte de perder el tiempo sumó aburrimiento a nuestros días. Ya no teníamos retos técnicos que resolver en la ejecución de alguna partitura ni disfrutábamos al tocar con soltura una melodía resuelta. ¡Qué gran pérdida fue la ausencia de la música en casa!

Continuará. . .

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