lunes, 16 de junio de 2014

"Sobre las rodillas"

Como teatro abandonado, se abrieron las puertas de la que fue mi casa paterna y que habían permanecido cerradas casi cuatro años. ¿El motivo? La amenaza de una pérdida familiar.
Cual hormiguero, pronto el olor de polvo se despejó y las visitas transitaron por pasillo que ya no cantaban un eco. El lugar se infundió de vida y las voces cariñosas tomaron el lugar del silencio propio del abandono.
Fue así que una celebración nos sorprendió. ¡Es día del Padre y no tenemos mesa!
La casa, a medio desmantelar, había perdido su comedor de doce sillas –siempre insuficientes para una reunión familiar– y pronto entrarían a tropel ocho hermanos con sus familias. Fue entonces que pude entender una de las virtudes de los retos y sufrimientos: Traen escondida, como pepita de oro. . . ¡madurez!
En una organización improvisada sobre las rodillas, una hermana rentó sillas, otra ofreció el postre, otro rescató una mesa plegable y alguien más aporto la que completó el espacio suficiente para, codo con codo, agasajar a todos los convidados. 

¿El menú? Quesos picados, carnes frías, pasta, un guiso con verduras, ensalada y un postre –especial para evitar las harinas– acompañado de una deliciosa gelatina. Nada espectacular pero igualmente delicioso. Y no por lo sofisticado sino porque fue lo que compartimos alrededor de la mesa, apretujados e hilvanados en el amor fraterno.
Embelesados con la presencia de nuestros padres y hermanos, nadie echó en falta la sala, los manteles largos ni las copas con algún vino especial para brindar. Y fueron las bromas, anécdotas y las palabras optimistas y llenas de esperanza de mi papi, lo que aderezó nuestra compañía.
Si, las lluvias y tormentas de la vida son difíciles pero, cobijados en la unión y amor de la familia, siempre son más fáciles de recorrer.

¡Gracias, mi Dios, por mi familia! ¡La amo!

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