martes, 5 de marzo de 2013

"Autorretrato: La de enfrente"


A decir verdad, mi relación con “la de enfrente” comenzó con el pie izquierdo. Su forma de ser y su apariencia me resultaban inaceptables. Con sus ojos pequeños y tristones, los rizos rebeldes y tan fuera de moda, el cuerpo casi sin curvas y los huesos revelados entre las pocas carnes, me generaban desaliento.
Hasta que, un buen día y sin darme cuenta, la comencé a mirar con un poco de gracia y hasta me llegó a gustar. Desde entonces, y sin mucho apuro, me he ido acostumbrando a quien ella es. Pero, aclaro, aunque el tiempo pasa y nuestra convivencia es cotidiana, vamos distanciando nuestra naturaleza y verdadera esencia cada día más.
Ella, sin un acuerdo abierto, se ha hecho una experta de las formas. Cuando yo imito a un canguro emocionado por alguna sorpresa, la de enfrente sonríe y, a lo mucho, hasta aplaude para demostrar su contento.
Otras veces, avasallada al sentir mi corazón herido, yo lloro y me postro para desbordar mis lágrimas con la complicidad de mi almohada; y ella, dueña de sí, abre los ojos vidriosos y muestra una media sonrisa como representando el destello de una ligera contrariedad.
A la de enfrente, todos la conocen y, a mí, solo quienes se han ganado mi confianza. Y aunque algunos nos confunden, sólo a quienes viven cerca de mi corazón les revelo nuestra verdadera identidad.
Llevamos ya tantos años juntas que, la gente, ha aprendido a mirarla más a ella y, en secreto, prefiero que así sea. Tal vez sea mejor que vivan convencidos que ella, la de imagen asentada y atenta al protocolo, es la verdadera yo. Dentro de mí, confieso, supongo que también optaría por la de enfrente: más obvia. . . más simple y predecible.
Pero en la intimidad de la soledad, yo disfruto a la verdadera mujer que soy: Esa que aún frunce la nariz cuando la comida no le gusta y que patalea por alguna contrariedad; que ríe hasta el llanto y que llora hasta que le sobreviene el hipo; que espía con curiosidad, que sueña con las cosas más absurdas y que es absurda en las cosas que más teme; en el fondo, lo sé, aún soy esa adolescente que, aunque en su mente comprende el paso de los años, todavía no le es fácil entender que, las arrugas y las canas de la de enfrente, también le pertenecen. 

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