martes, 14 de febrero de 2012

"Paradoja"

Cuando rondamos los cincuentas, la vejez de nuestros padres se convierte en una realidad. Y, yo, no vivo en la excepción.
La lucha por recuperar la salud continúa para mi mami y, para mí, a su lado. Las bajas, a últimas fechas, comenzaron a ser más frecuentes que las altas y, con ellas, mi tranquilidad mermó. Las visitas médicas, terapias y remedios han vuelto a llenar la agenda diaria y, entre los vaivenes, alguien comentó: ¡Qué bueno que eres fuerte! Eso le da mucha tranquilidad a ella.
¿Realmente creen que soy más fuerte?, pensé. ¡Nada más errado!
Cada ocasión, cuando juntas enfrentamos un “mal día”, viene a mi mente algo que aprendí de la Biblia: “Dios no nos da más allá de lo que podamos soportar” y, entonces, recordándolo a cada paso, jalo aire para sobrevivir el día. . . Ese, sin duda, se convierte en mi  punto de partida.
Pero, dentro de mí, veo cuán poco es lo que a veces debo cargar. Comparo mi situación con la de mis numerosos hermanos y descubro que Dios me ha entregado la carga más ligera. Porque, si tuviera que despertar a cientos de kilómetros y escuchara a mi madre triste, yo misma moriría de tristeza. O, si no pudiera correr y en cinco minutos estar a su lado al saber que ese día su cuerpo se resiste a levantarse, ¿cómo soportaría la distancia?
Para mí, a diferencia de los otros hijos, bastan unos minutos para llegar a abrazarla cuando el desánimo la acecha. Y no tengo que vivir las horas del día con la incertidumbre de saber si alguien la acompaña o si tiene todos los cuidados.
Paradójicamente y aunque parezca lo contrario, Dios ha elegido para mí la labor menos difícil, "justo lo que yo puedo soportar". Y, al saberme tan protegida por Él, no puedo evitar decirle: ¡Gracias por dejarme ser yo quien esté a su lado, Señor! ¡Qué privilegio el mío el disfrutar a mi madre en este punto del camino!

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