Después de diez meses de vivir en la Toscana, ¡sigo sin lavadora! Y no es que tenga una enorme urgencia de ella o que no pueda resolver la necesidad doméstica de alguna manera. Lo que realmente ocurre es que, hace siete meses, recibí la noticia de que mi paraíso personal estará en venta al concluir el año.
A pesar de saberlo, confieso, guardo la esperanza debajo de la almohada de que algo cambiará y que el temido día nunca ocurrirá. Entonces, con la ilusión en marcha, iniciaré algunas compras como la lavadora y la licuadora que completen todo lo necesario para hacer de mi estancia algo permanente o, al menos, de más largo plazo.
Pero para tener mi lavadora, primero, tengo que enfrentar la realidad de una respuesta: ¿Podré quedarme más tiempo o tendré que empacar en tres meses para siempre?
Se requiere valor para hacer la pregunta, un valor que no he tenido en todos estos meses y que ahora me es urgente pues desgasta más la incertidumbre que la verdad.
Así pues, decido echar mano de la valentía, ¡ya es tiempo! Es momento de saber si, debo o no, comprar la lavadora.
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