¿Cómo nace un primogénito? Obvio, “primero” y eso tiene muchas implicaciones.
Por ejemplo. De alguna manera nace con un déficit de tolerancia por parte de los padres que, creyendo que pueden hacerlo mejor que el resto de los padres que conocen, se esmeran por modelar al hijo perfecto. Su meta: ¡cero errores!
También llegan al mundo con un paquete, a veces demasiado pesado, de ejemplos a cumplir. Porque, para la mayoría de los primogénitos, los hermanos que los secundan se convierten rápidamente en espectadores que coartan su derecho a la aventura. ¡Mira el ejemplo que estás dando a tu hermano! ¿Quién no ha escuchado decir, a una madre cualquiera?
Y, si algún primogénito está leyendo esta memoria, coincidirá conmigo en que, la vida del hijo único, con toda su exclusividad, es rápidamente canjeada con el título de “hermano mayor y ayudante en jefe”. ¡Pásame el biberón!, avísame si tu hermanito despierta, carga la pañalera para ayudar a mami y, las opciones para usar esa mano de obra gratuita, son interminables.
La realidad es que, al primogénito, le vienen más cargas que ventajas aunque. . . pensándolo bien, existe una que pesa más que todas las desventajas: tiene la bendición de dar.
Porque, cuando algún abusivo quiere tomar ventaja de la estatura del hermano menor, ¿a quién acude por ayuda? Y, ¿quién convoca a las mejores reuniones familiares? Cómo olvidar el abrazo que nos recuerda aquellos tiempos de protección de la infancia, ahora de adultos, en los momentos en que necesitamos que alguien se haga cargo de nosotros. . . aunque sea en ese instante.
Para mi fortuna, ¡yo no soy una primogénita! Sino la tercera de una enorme familia. Y ha sido a mí a quien han tocado esos abrazos, los cuidados y el respaldo de un hermano mayor. Uno, de quien por cierto, hoy celebramos un año más de vida.
A los cincuenta y uno, vivo agradecida por lo que Dios me ha dado a través de mi hermano mayor, el primogénito, quien además es “Mi hermano favorito”. ¡Feliz y bendecido cumpleaños, hermano!
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