Releo mi primera reflexión y, mi necesidad de control y de hacer saltan a la vista exhibiendo mi poca capacidad para esperar. Aunque también debo rescatar que, en el tiempo de espera, se pueden hacer muchas cosas para lograr que las cosas ocurran, algo mejor.
El campesino, por ejemplo, siembra y, mientras la semilla germina, riega, deshierba y fertiliza su parcela. Así, cuando el tiempo de cosecha llega, los frutos son abundantes y libres de plagas. ¿Puede éste hacer que la semilla germine? ¡No! Esa parte está contenida en la sabiduría que Dios ha depositado en la genética y programa de cada cosa en la naturaleza.
Así que, ¿cómo distinguir lo que si requiere de nuestra participación y en cuales actuar solamente como observadores “pasivos”?
Creo que el límite sólo podemos reconocerlo cuando tenemos un poco de sabiduría porque, de no aplicarla, intentaremos inútilmente rebasarlo hasta quedar frustrados y exhaustos.
En mi caso, recientemente, el tiempo que tuve que esperar para que el cuerpo de mi hija se recuperara, ¡me pareció eterno! Aunque me movía de un lado a otro resolviendo su circunstancia, la verdad es que, su salud, se restableció cuando el mismo cuerpo terminó su trabajo restaurando las partes dañadas. ¿Mi parte? Llevarle las medicinas para prevenir una nueva infección, proveer la mejor alimentación y cuidar que el ambiente permaneciera estéril y ordenado.
Lo escribo y, de tan obvio, parece tonto. Pero, en la realidad, yo he pasado por muchos tiempos de espera desgastándome en el intento de intervenir en procesos que no dependen de mí. Mi ansiedad no ha hecho que los segundos alteren su ritmo ni que los tiempos se acorten.
Así que, parece que estoy llegando justo donde inicié. . . ¿De qué se trata esperar?
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