“¡Ya no sé ni que pensar!”
Leer esa corta frase escrita por la novia y, en tan sólo tres días más “próxima esposa”, me hace sonreír y reflexionar: ¿Cuáles son los pensamientos de una mujer que está por iniciar el sueño de su vida?
Un sorbo de café y un suspiro me devuelven a aquel día que, extrañamente, era tan nublado y frío como el de hoy. Las sensaciones de entonces me despiertan los recuerdos y siento. . . miedo. Sí, un temor que hizo tambalear mi voluntad y que casi me convence de no llegar a la boda, ¡mi boda!
A pesar de que en mi razón se exhibía una larga lista de “buenas razones” para convertirme en la esposa de aquel hombre, mi corazón temblaba ante la simple idea del fracaso.
¿Qué tal si un día, alguno de los dos, no intentábamos encontrar al otro a la mitad del puente? ¿Y si el amor se nos extraviaba? ¿Cómo convertirse en uno y no perderse?
Para quien ha vivido una separación, esas preguntas, pueden ser el monstruo debajo de la cama que le robe el sueño.
Vuelvo a leer la frase e imagino a esa joven mujer de largos rizos y sonrisa franca. ¿Qué te diría ahora, novia preciosa? ¿Hacia dónde orientaría tus pensamientos? Y sólo encuentro una respuesta: Mira, piensa y confía. . . sólo en Él, tu Dios.
En ese gran día, invítalo a la boda, no lo olvides, pero más importante, ¡invítalo a tu matrimonio!
Durante tus pleitos, escucha su consejo. En las reconciliaciones, imítalo. Cuando no encuentres las razones para seguir adelante y juntos, confía en Él. Si dudas, entrégale el control. Y, cuanto antes, haz de este matrimonio, un amor de tres.
Hoy, si pudiera, abrazaría a la novia que aún no se ha entallado el vestido ni ceñido el velo para recordarle que no es tiempo de pensar pues, ese plazo, se cumplió cuando se prometió en matrimonio a su varón. Le susurraría al oído que, ahora, es tiempo de sentir, de vibrar, de emocionarse y prepararse, con el corazón y la razón, para vivir uno de los regalos más maravillosos que Dios ha dado al ser humano: el matrimonio.
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