martes, 18 de octubre de 2011

"Males"

Muchos males aquejan a nuestra generación pero, uno en especial, hoy me parece alarmante: “la flojera”. Y no sólo ha hecho estragos en las buenas costumbres y rutinas, también está aletargando a una cualidad humana muy necesaria y que se deriva del amor al prójimo, el sacrificio.
De alguna manera comenzamos a creer que todo puede solucionarse como quien lleva el auto al mecánico. Se detecta la falla, se lleva a reparar y ¡listo! ¡Todo resuelto!
Así veo a madres que, como la solución ideal de la época, corren al psicólogo con su adolescente en mano esperando que, con algunas sesiones, éste salga con la vida reencauzada y perfecta.
Cuantos de nosotros, también, al resentir la presencia de alguna enfermedad llegamos al médico esperando recibir una receta con un medicamento suponiendo que, con tragar la píldora, nuestro cuerpo volverá a funcionar como nuevo.
Pero, ¡qué frustración si el médico añade instrucciones que implican sacrificar los alimentos ricos en colesterol y azúcares! O, cuanta desilusión surge en el rostro de la madre al escuchar que el terapeuta recomienda nuevas rutinas de convivencia en casa y que, algunas, requerirán el sacrificio de apagar el televisor para prestar atención a su hijo.
El sacrificio, a la mayoría, nos da flojera. La justificación de una vida agitada y llena de exigencias nos prepara una salida fácil para evitar enfrentarlo y al final, es posible que dediquemos más tiempo a encontrar alternativas que no nos exijan renunciar antes de asumirlo.
A mis cincuenta y uno, descubro que la “flojera” no trabaja sola y que tiene una aliada muy popular: la auto complacencia. Y, me pregunto. . . ¿Seré yo la única que ha descubierto estas plagas de polilla en su vida?

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