Érase una vez una princesa, de alma bella y pura, amada por los reyes y por todos en el reino. Su carácter decidido hizo que todos a su alrededor esperaran que fuera, algún día, una gran reina. Fue educada y cuidada para cuando fuera el turno de tomar su lugar en la corte real. ¡Nada faltaba a la princesa! Pero un día, la princesa conoció a un mendigo que le habló del mundo fuera de los muros del palacio y, aunque sus padres le dijeron que no era el hombre para ella, la joven se empeñó en seguir el camino de aquel desconocido.
Desde ese día, su corona quedó colgada de un perchero y todos la extrañaban.
El tiempo pasó y el vagabundo comenzó a cansarse de la compañía de la princesa. ¡Era tan molesto escuchar a aquella jovencita con sus quejas! Esperaba reverencias y un buen trato, pero el mendigo no entendía por qué no era feliz en los caminos y la vida sin compromiso.
Un buen día, el hombre comenzó a molestar y golpear a la princesa para ver si lograba echarla de su lado, y la princesa, en lugar de volver junto a los reyes, comenzó a convencerse de que ser vagabunda y vivir entre los golpes era su destino.
Los años pasaron y la princesa-mendiga aprendió a maltratar y abusar de la gente en el camino. Y, aunque una mañana el vagabundo malo se había ido, ella se quedó por los senderos malviviendo.
Al enterarse los reyes fueron a buscarla para llevarla a casa y, sin comprender por qué, vieron como la princesa se rehusaba a retomar su lugar entre la corte. ¿Qué pasó con nuestra hija?, se preguntaban y en vano le hablaban de su origen, de su alcurnia y su verdadera identidad.
Cada vez que intentaban coronarla, la princesa huía otra vez por los caminos y se vestía de andrajos para seguir a un nuevo vagabundo.
Los reyes vivían muy tristes y, después de muchos meses, dejaron de recordarle que era una princesa y abrieron la puerta del palacio para dejarla en libertad.
Hoy, la corona de su hija, aún cuelga en aquel viejo perchero. Y, dicen por ahí, que los reyes aún la esperan con la esperanza de volver a coronarla. Cuentan que no pierden la esperanza aunque, todo el pueblo piensa que ella nunca volverá pues aún se ve por los caminos, entre harapos y malvivientes, a la hermosa princesa vagabunda que, un mal día, olvidó quién es.
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