¡Seis meses!
Después de orar, día y noche, Dios concedió seis meses más para disfrutar de la Toscana.
La idea del jardín hidropónico, proyecto soñado para compartir con mi nieto y pospuesto por mil razones, tendrá tiempo de iniciar y florecer. También la Navidad tendrá lugar entre los muros de este lugar amado y, con un poco de empeño, aprenderé a hornear pan en el horno de adobe para la celebración.
Tras conversar con la dueña, finalmente, se extendió una prórroga, una puerta para dejar entrar varios de los sueños que parecían tener el destino de esfumarse sin esperanza de ser realidad, jamás.
-¿Estás contenta?- me preguntó mi Gordo, al salir de la entrevista,- ¿aunque, hasta ahora, sólo sean unos meses más?
-¡Claro!- respondí, -Dios me está regalando un tiempo más para vivir en mi paraíso personal.
Aquella noche, al recorrer esos kilómetros de carretera bajo la noche campirana, traté de descifrar la última pregunta de mi esposo. . . “Aunque sea. . .”
Era cierto, en un descuido, pude haber caído en el sentimiento de tristeza pues, ese “aunque sea”, sería el recordatorio de que, hoy, no tengo la seguridad de que surja una nueva prórroga y, mi deseo de hacer de la Toscana mi hogar permanente, quedar insatisfecho para siempre.
Los deseos, empiezo a pensar, pueden ser como un barril sin fondo, con apetitos insaciables que van llenándonos de resentimiento con la vida si no los alimentamos a su gusto.
A mis cincuenta y uno, ruego a Dios que me muestre las trampas de los deseos insaciables, que como minas, están ocultos en el camino de mi vida.
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