Hoy me acordé de José. Y, supongo, soy de las pocas que ha reparado en ese personaje bíblico que, por mucho, dista de ser un protagonista. Tal vez el único momento en que los reflectores le caen encima es cuando ha de tomar una decisión y definir su postura respecto a María. Afortunadamente, y como siempre, Dios no se equivocó pues, el padre elegido para Jesús, con todas sus dudas y su humanidad, era un hombre comprometido, bondadoso y muy generoso. ¡Un hombre de fe!
¡Cuánto bien nos haría tener muchos “Josés” en nuestra época! En estos tiempos en que la paternidad se extingue y la familia sufre las consecuencias, esos hombres que imitan al discreto y abnegado José son, lo que yo llamaría, los tesoros del amor.
Porque, ¿qué sería de todas esas familias cuyo pilar se desvanece? ¿Cuántos hogares quedarían incompletos si, un José”, no tomara su lugar? ¡Cuántos hijos no se perderían de experimentar la firmeza de una mano camino a la escuela o de la caricia en el cabello al terminar el cuento antes de dormir!
Existen grandes figuras del amor y la fe en mi libro favorito, la Biblia, pero José me ha devuelto la confianza de que, gracias a hombres como él, en mi tiempo y en nuestra vida, el padre por elección hará la diferencia en nuestros hijos y nuestros hogares.
Y, por sorprendente que parezca, hoy a los cincuenta y uno, descubro que mi segundo nombre Josefina, ese que he reducido a una inicial por carecer de significado a mis oídos, no es más ni menos que un homenaje a José, ese varón ejemplar y padre putativo de Jesús.
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