En nuestra tradición, los propósitos se determinan al inicio de año y conforme a esa lista de metas y según su prioridad, van a consumiendo nuestra atención, tiempo y esfuerzo el resto del año.
Busco en mis apuntes y en mi memoria sólo para comprobar que, ninguno de aquellos proyectos que parecían cruciales en enero aparecen o se han hecho realidad.
¡Es octubre! ¿Será prudente navegar por los días que me restan este año sin una dirección? Definitivo. .. ¡No!
Y como me rehúso a esperar para elaborar una nueva lista, he decidido que, de manera tardía, lo haré esta semana tomando prestado el año nuevo judío, Rosh Hashana, celebrado apenas unos días atrás.
El problema es que entre tantos ires y venires, los propósitos que establecí al inicio del 2011, no sólo se han extraviado sino han quedado obsoletos y sin razón de ser. ¿No es extraño que las metas, que en su momento parecieron importantes, hoy ni siquiera pueda recordarlas?
Un foco rojo deslumbra mi conciencia. ¿Cuántas cosas que he subrayado como “importantes” a lo largo de mi vida han retenido su valor? ¿Cuantos proyectos han sido de trascendencia? ¿Será que la trascendencia, la de a de veras, tiene que ver con las cosas mundanas?
Desacelero. . . necesito pensar. ¿Es esta vida la verdaderamente importante con sus quehaceres y menesteres?
A los cincuenta y uno, reviso, medito y concluyo que, si Dios me creó sólo para resolver las “cosas importantes” de las que ni siquiera me acuerdo, entonces, no son las que yo veo como importantes sino las que Él tiene en mente las que deben aparecer en mi lista. ¿Qué sigue? ¡Descubrirlas!
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