Mi familia está herida. En los últimos meses, nuestras raíces recayeron en enfermedades que nos sacudieron de temor ante la idea de perderlas. Mi mami, con entereza, aún vive entregada a la tarea de recuperarse para seguir presente entre nosotros. Y hace sólo unos días, mi papi entró a una cirugía y, el diagnóstico final aún está pendiente de anunciarse.
Pero, justo ayer, nos llegó el tiempo de celebrar los 50 años de uno de mis hermanos. ¡Es fascinante ver llegar, de todas partes, a cada uno de los miembros de esta familia! Aunque, es difícil coordinar a tantos “líderes” juntos, el resultado siempre termina siendo perfecto.
Unos corren por las compras, otros hacen pastelillos o inflan globos, y hay quienes simplemente. . . llegan, porque bien saben que, ¡todos cuentan!
El estar y llegar, contra viento y marea, también es parte del regalo. Y sólo lo ha de entenderlo quien tiene una familia con 42 miembros. La meta de reunirnos se ha convertido en un reto que, muy pocas veces, logramos.
Es cierto que la preocupación por el anuncio de mi papi estuvo latente pero, con sabiduría, todos bailamos y cantamos por una sola razón: contamos nuestras bendiciones y el saldo sigue siendo a favor.
Sí, mi familia tiene ahora una herida y duele. Pero tenemos en nuestra historia común muchas otras que, con la fe puesta en Dios, hemos superado y hemos visto a la salud volver, poco a poco, día a día, pero siempre juntos. Y ¿cómo comprobar que es cierto? ¡Contando!. . .porque aún estamos, todos los que somos.
A mis cincuenta y uno, pienso en Dios cada vez que repaso, uno a uno, los rostros de mis seres queridos y, es inevitable entonces, celebrar con Él. . .cantando.
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