A pesar del cuidado, riego constante y mis más intensos deseos, en los patios y el jardín de la Toscana siguen apareciendo hojas muertas. El limón ya sólo tiene unos cuantos frutos y su follaje, al igual que la higuera, se está entintando de amarillo. Los troncos comienzan a mostrarse ahora que las ramas, con debilidad constante, se liberan de la carga de sus hojas.
En el pasto, poco a poco, están apareciendo espacios como pequeñas zonas de calvicie y la buganvilia sigue perdiendo las coronas de flores, dejando el lugar a hojas pálidas y frágiles.
Sin pensarlo, comencé mi fantasía de vivir en el espejismo de colores como en una eterna fiesta. Y descubro que, no es mi mano ni mi voluntad las que van a imperar en mi pequeño nido de piedras viejas y plantas, sin la mano de su Creador. ¿Por qué me cuesta tanto trabajo aceptar los ciclos?
Al igual que en la Toscana, yo misma he dedicado mucho para cuidar mi cuerpo y, sin embargo, mi cabello ya no es abundante, el contorno de mis ojos siguen olvidando su original silueta y mi piel va relajando su tensión día tras día. Yo también, frente al espejo, he comenzado a percibir hojas muertas y finos hilos de plata en mis sienes.
A los cincuenta y uno, quiero aprender a amar, aceptar y disfrutar los colores del otoño que, con sus hojas pardas y secas, me anuncian el invierno que, con sus aromas de final, algún día me ha de llegar.
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