“Quedarse en un lugar hasta que llegue una persona u ocurra una cosa. Creer que va a ocurrir o suceder una acción generalmente favorable. Tener la esperanza de conseguir algo que se desea”. Estas tres frases son definiciones que encontré para la palabra: “Esperar” y, aunque reviso y repaso, “quedarse, creer y tener” son las únicas acciones que parecen apoyar ese deseo de que las cosas ocurran. Pero, confieso. . .ninguna me convence sobre el arte de esperar.
Y no es que tenga un gran gusto por esperar pero, me doy cuenta que, consciente o secretamente, todos esperamos algo.
Como padres, esperamos a que los hijos tomen buenas decisiones y tengan una buena vida. Como hijos, esperamos que nuestros padres tengan salud y larga vida. Cuando elegimos una carrera, esperamos acertar y que sea la forma de desarrollar todo nuestro potencial. En la juventud, esperamos que llegue la persona que nos complemente y que nos robe el corazón.
Esperar, esperar, esperar. . .
Si, ineludiblemente, hemos de esperar a lo largo de nuestra vida, ¿no deberíamos aprender a hacerlo?
Pienso y repienso hasta que llego a una conclusión. En todas las esperas existe una parte que nos corresponde hacer para que, lo tan deseado, ocurra, surja, llegue y sea.
Si queremos una vida plena para nuestros hijos, no sólo debemos esperar con la mirada al vacío y desear. Como padres, podemos sembrar los principios, valores y creencias que los equipen para que decidan correctamente.
El buscar una vejez saludable, no es esperar que la genética de un golpe de suerte y dejar que se revele en el tiempo. También podemos contribuir con alimentación, ejercicio y buenas rutinas de vida.
Cada ejemplo que reviso, me va descubriendo mi rol. Esa parte que ocupe mi energía y mi voluntad, como copartícipe, evitándome vivir con un “verbo pasivo” que me limite a la contemplación.
Parece entonces que “esperar” es un verbo más dinámico de lo que las definiciones plantean. O al menos, hasta aquí, es lo que creo. . .
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