De vez en vez, amanezco sudando verdad. Desde el momento que respiro, tengo necesidad de hablar sin cortapisas ni dobleces. La sinceridad se adueña de mis dedos y, con mucho de valor, bajo la máscara que uso para ser lo que los otros buscan de mí.
Es entonces que hablo de mis miedos y mis dudas. Sin pudor, saco a ventilar mis sueños para agitarlos cual banderas. Con un dejo de osadía, comparto mi pasado, mis historias, mis dolores. Y, como recién nacida, confío en que no harán de ellos armas contra mí.
Hoy desperté fuera del caparazón y, por el momento, no quiero volver. Tengo tantas ganas de sentir el aire, respirar la libertad y estremecerme con el frío de la realidad que se esconde en esta piel.
No sé, tal vez mañana me arrepienta. Pensaré que, más que valentía, ha sido necedad la que me lleva a ser sincera. Pero, igual, hoy necesito hablar con tinta de mi corazón encerrado en el silencio.
A mis cincuenta y uno, con toda humildad, pido perdón a aquellos que han seguido mis excesos y prometo que, sólo de vez en vez, volveré a salir para sudar otro poco de verdad.
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