En las tardes de nostalgia, resbala calladamente por el cristal de la ventana asegurándome su compañía. Y, cuando tengo ganas de saltar, prepara charcos en mi camino para que los esquive o salte dentro de ellos, sólo con el afán de divertirme.
También la he visto formar los ríos en mi memoria, removiendo con su fuerza los recuerdos desde el fondo para traerlos a flote en mi conciencia. Y, aunque me disgustan a veces sus corrientes, sé que sólo descubre mis secretos para ayudarme a vivir.
Cuando es un trabajo de muchos días, se vuelve incesante su caída y, como con una roca de bosque, limpia para mí verdades que después se revelan con sus aristas y huecos.
Pero lo mejor de todo, es que tiene algo de divino. Sí, lo he sabido desde siempre.
En los momentos de dolor, cuando el mundo parece armar la guerra en mi contra, la tormenta afuera me habla de la voz de Dios. Con indignación arrecia vientos, airados contra los que me hieren y, cuando su ira se acalla, lágrimas gruesas y tristes corren por el rostro del cielo, por la faz de Dios.
Hoy es un día nublado y mi alma tampoco encuentra el sol. Salgo para sentir el aire y, clamando en callados pensamientos le pregunto: Amiga mía. . . ¿Dónde estás?
La lluvia es una buena amiga. Amorosa, callada, ruidosa, sincera. . . húmeda de agua viva.
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