lunes, 24 de octubre de 2011

"Desastre"

¡Tan bien que había comenzado todo! Los preparativos, las compras y eligiendo sólo lo mejor.
Ya con todo dispuesto, llegó el momento de iniciar. Y, como todo lo novedoso, ¡me llené de emoción!
Todo iba bastante bien, hasta que llegó la llamada y, de ahí, se fueron agregando incidentes que me hicieron perder atención.  En poco tiempo, inició el desastre y, lo que parecía sencillo, se complicó. Aunque había recibido consejos y tenía las instrucciones muy claras y frescas, mi ánimo decayó y comencé a desear echar todo lo por la borda.
Como me había comprometido, no pude detenerme y dejar el proyecto a medias. ¡Tenía que seguir! Y, aunque lo hice, dejé de disfrutarlo pues ahora parecía una obligación y no algo apasionante y divertido.
¿Matrimonio? ¿Quién habló de matrimonio? ¡Estoy hablando de mi experiencia en la cocina con una receta nueva!
Cuando inicié, todo parecía sencillo pero, cuando comencé a pensar en mil cosas después de esa llamada, la pasta se pegó, agregué la salsa anticipadamente y me tomó mucho más tiempo completar toda la faena. Y, de no haber pagado por tantos ingredientes, ¡seguro dejo todo a la mitad y el perro se hubiera dado un banquetazo!
Pero, tal vez, la comparación con el matrimonio no esté tan disparatada. ¿Acaso no todos iniciamos nuestro gran proyecto con el mismo entusiasmo? Y, cuando perdemos concentración, ¿no nos desanimamos y sentimos el deseo de saltar del barco demasiado pronto?
La receta para “casarse”, platicada por tantas personas a nuestro alrededor, suena tan simple. Al perder nuestros ímpetus, a la primera contrariedad, empezamos a renegar del matrimonio pero, ¿realmente la receta está fallando?
A mis cincuenta y uno, observo como la sociedad está queriendo desechar al matrimonio como si fuese una “mala receta” cuando, en realidad, los que abortamos el intento anticipadamente y por falta de cuidado y no seguir las instrucciones, somos nosotros.

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