Conozco, hace más de dos décadas, a una mujer a la que he admirado por diferentes razones.
Las últimas noticias sobre su vida, en principio, no son las mejores. Su vista, impecable hasta hace poco, ha comenzado a fallar en sus setentas.
Uno de ellos, habiendo desarrollado un problema de presión alta, ahora le permite ver pero como si lo hiciera a través de una cortina de agua. Para alguien cuyo deleite, toda su vida, ha sido la lectura, la nueva condición puede resultar muy triste.
Y me doy cuenta, cuando escucho los planes que tiene para los próximos meses, que esa admiración que siento por ella tiene un verdadero fundamento pues, el entusiasmo y optimismo, no son derivados de una circunstancia de bienestar sino de una actitud sabia y aceptante que la lleva a mirar con el otro ojo. . . el sano.
En los próximos días, seguramente, recibirá a su familia, con la misma alegría desenfadada de siempre y celebrará la Navidad y el año nuevo. Afrontará lo que es inevitable y hará a un lado lo que ya no es posible cambiar. Disfrutará lo que ojo bueno aún le muestra y sobrevivirá la parte dañada pero sin permitirle arruinar su panorama.
Después emprenderá un viaje a Sudamérica para disfrutar de sus nietos y luego cambiará de aires viajando al norte mexicano para convivir con la familia de su otra hija. ¿Qué sigue en su agenda? No lo sé pero puedo asegurar que, ya sea quedarse en casa para escuchar la radio, su opción de entretenimiento ahora o, programar un nuevo viaje, esa sabia mujer mirará su futuro con su saludable ojo. . . ese, que tiene en el corazón.
¿No es raro que, muchos de nosotros que gozamos de una visión perfecta, vivamos ciegos a las bendiciones? ¡Lo que uno puede aprender de la gente sabia!
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