Al primer verdugo al que di las gracias, con conciencia de hacerlo, fue la mujer que rompió el corazón y los planes de mi amado poco antes de que se llevara a cabo la boda planeada. Y, poco tiempo después de que él y yo nos casáramos, me di cuenta de que ella se había convertido en alguien de mis simpatías. ¡Qué maravilla que hubiera hecho eso!
Primero, porque yo era la esposa del mejor hombre del mundo. Segundo, porque a través de esa experiencia, en donde ella jugó el rol de “villana”, él aprendió a caminar con los ojos abiertos, a ser realista en nuestra relación y a tomar decisiones asumiendo riesgos. Ella, sin saberlo, lo acompañó en la transformación de un joven con la idea romántica de un matrimonio, a uno, maduro y responsable.
Y, si siguiera enumerando a los verdugos a lo largo de mi historia, tendría que convertir esta reflexión en un mensaje de gratitud. Pues mis “verdugos”, han sido en realidad, instrumentos de Aquel que orquesta y modela mi vida y, haciendo su papel, a veces con experiencias muy dolorosas para mí, me han obligado a ensayar fortaleza, dominio propio, perdón y un montón de cosas más pero, más importante, he aprendido a vivir con fe.
Ellos, al paso del tiempo, han conservado su naturaleza y su forma de vivir. Y, poco a poco, se han ido perdiendo en mi memoria y, junto con ellos, los sentimientos de rencor o resentimiento.
A mis cincuenta y uno, hoy especialmente, recuerdo a mis verdugos y les doy las gracias por las heridas, las traiciones, los abandonos, las mentiras porque, de todo eso, soy un poco mejor.
Me encanto tu relato, los que te conocemos y queremos, sabemos de que estas hecha. Gracias por compartirnos esto, ya que nos hace reflexionar de los que nos han intentado hacer da;o y que finalmente, sus actos nos fortalecen como seres humanos, un abrazote.
ResponderEliminar¡Gracias, Jesús, por el comentario y por tu generosa forma de apreciarme! Y, mil gracias por invertir tu tiempo en leer el blog. ¡Saludos!
ResponderEliminar