miércoles, 23 de noviembre de 2011

"Elecciones"

Los debates familiares en torno a las elecciones del 2012, parecen estar entrando como un viento que agita los recuerdos y remueve las conciencias.
La conversación con mi hijo, un joven de 21 años, se prolongó por más de hora y media. Sus argumentos, fundamentados y precisos, me obligaron a reconocer que, muchas veces, no atiendo a los pensamientos jóvenes por mi arraigo a la idea de que, sólo la edad, tiene sabiduría.
Pero no fue sólo esa la única revelación. Mi postura política hacia un partido estaba fija y apuntalada en dos creencias: primero, la gente que lo sigue tiene un mínimo de educación y una condición económica muy limitada, por lo que surge un temor de quedar en medio de su ignorancia y del rencor social acumulado, y; segundo, que su dirigente, en las elecciones pasadas, reaccionó de una manera que afectó a la sociedad y, de ahí, me surge el temor de que el poder adquirido de manera legítima, lo pierda.
Aunque mis dos razones tienen un sustento en el pasado, mi hijo me ayudó a observar, en mi resolución, dos cosas importantes.
Al cerrar mis oídos a los nuevos planteamientos, estoy perpetrando las desigualdades en las que viven aquellos a los que he aprendido a temer y, ¿acaso mi cerrazón no me vuelve igual de ignorante que ellos y tiene implícito un rencor, también?  Mi segunda conclusión fue que, al no darme la oportunidad de escuchar al mencionado candidato, quien públicamente ha reconocido su error y que está rectificando en su nueva propuesta, estoy sustentando mi decisión sobre sentimientos y apreciaciones emocionales, especialmente, el miedo. Eso, trágicamente, dejarían mi conocimiento, mi objetividad y mi capacidad de análisis sin parte e influencia en mis decisiones.
¿Quiere decir que ha cambiado mi inclinación política? No, esa sería una conclusión precipitada. Lo que sí cambió fue mi intención de hacer las cosas distintas: escuchar con apertura y sacar de la ecuación de mis razonamientos, los temores y la estigmatización del pasado como algo determinante e inamovible, para dar nuevas oportunidades.
Ahora, lo impactante de todo, no está en mi actuación en las áreas políticas. Sino en el hallazgo de que, en mi vida personal y familiar, ¡lo he hecho igual!
A mis cincuenta y uno, hablando de elecciones, elijo que ¡ME ES URGENTE CAMBIAR!

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