Si yo fuera cantante y no escritora, hoy compondría una canción de las que incomodan. . .una de esas llamadas de protesta.
Y, entre compases y estrofas, me opondría al mundo y sus nuevas teorías sobre la paternidad y los derechos de los abuelos. Mi bandera, esta vez, se levantaría por los abuelos.
Con esa animosidad que viene de los derechos legítimos, le recordaría a los padres que, nosotros, no somos padres de sus hijos, ¡ellos lo son! Que, aunque nos exijan ser serenos y maduros, nuestra natural condición de abuelos, no admite semejantes imposiciones.
Los abuelos, por definición, somos personas que pierden la cordura cuando los nietos nos sonríen. Nos saltamos las horas de comidas si, a la mitad del día, se nos atraviesa una golosina irresistible. Y, por favor, tampoco nos pidan esperar para entregar un regalo ni que paremos un juego porque es la hora precisa de dormir. La hora del baño, en las visitas, es opcional y puede durar, según nuestras ganas, dos minutos o más de una hora si la batalla de los soldaditos en la tina se prolonga. ¡Ah y por cierto! El champú y el jabón, no son imprescindibles.
Ojalá pronto comprenda que nosotros, como abuelos, comeremos tantas bolsas de papas como sea necesario si, con ello, logramos acumular los juguetes que ofrecen por bolsita. Si, los tazos, pueden ser una prioridad por una semana si lo es para nuestros nietos.
También, acéptenlo, compraremos más pares de zapatos, aunque ya tenga un par de rosados en el clóset, si nuestra nieta se enamoró de un tercero. Y, cada vestido de princesas nos parecerá irresistible, si nuestra niña amaneció con el deseo de, ese día, ser Blanca Nieves.
Hoy, a mis cincuenta y uno, y mañana, y pasado mañana, y hasta que Dios me dé de baja en este planeta, lucharé por ser abuela y, advierto a los padres que no cejaré en la batalla para seguir siéndolo por los siglos de los siglos. . . amén.
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