Nada de la realidad me acomoda esta noche y, sin siquiera evitarlo, ¡mi cordura se va de huelga!
Los “presentes” perdieron su rumbo y, a decir verdad, no me gustan nada. Los calculados futuros han resultado un fiasco y, como todo fraude, no merecen más la pena ni el empacho. Así pues, anuncio que esta noche, es la noche de los sueños y, a quien no le gusten, pues ¡a soñar a otra lado!
Dejo la pasarela a mi más grande fantasía. Y, pavoneándose sobre la alfombra, se esponja ante mis ojos. ¡Cuántos matices de amor despliega! Sí. . . es un buen sueño. Amor sicodélico y amorfo entre la gente, entre los míos. ¡Un aplauso al sueño de amor!
Le sigue, algo más pausada, la salud que despliega su cálida lengüeta de bienestar para alcanzar a todos a su paso. Los niños, mis amigos, los viejos. . . mis viejos, sonríen al sentir el placer de un cuerpo sano cuando aquella caricia los envuelve. ¡Más ovaciones para el sueño de la sanidad eterna!
Como un suave viento hace su entrada la anhelada paz. La gente se aquieta y yo, también, la admiro. Un descanso se funde con mi espalda y, por las miradas de los otros, sé que lo han sentido. No más aplausos, no más ovaciones. . . ¡Un suspiro para la paz que nos hace respirar más lentamente!
Miro, junto con los otros en mi sueño, el pasillo desierto. ¿Quién nos vendrá en el sueño? ¿Por qué retrasa su presencia?
Los segundos se alargan y los silencios me inquietan.
El visitante, lo sé, ha llegado. Los primeros que lo han descubierto lo miran sin disimulo. Sus ojos se clavan en la Presencia que ciega su conciencia.
Manos, casi sin moverse, se van encadenando, una a una. Las mentes se aclaran, los egos se esconden, las almas se muestran y, ÉL, invadiendo todo mi sueño, lo trastorna.
El pequeño impostor, el primer visitante de mi sueño, se postra ante el verdadero invitado de honor.
ÉL, sin palabras, sin destellos, inunda como el agua los espacios y los corazones que, si antes en paz, ahora reposan en la verdadera calma de los mares de la eternidad.
Dios llegó a mi sueño y, si ahora pudiera, apretaría los ojos y caminaría hasta la almohada sin abrirlos. No fuera a ser que la realidad, con su crudeza, quebrantara el sueño de mi encuentro con Él y, sin remedio, me hiciera volver a ella.
Porque, la realidad ya me ha cansado y, habiendo echado fuera la cordura, por una noche, me aferro a mi noche de los sueños.
¡Cuánto anhelo nuestro encuentro, Señor Dios! ¿Qué tal si hoy, como en pequeña travesura, vuelves este sueño en realidad y nos tomamos de las manos para siempre?
¡Cuánto pesarían los cincuenta y uno, si no fuera por estas noches. . . noches de ensueños!
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