Me bastó una caminata por el parque, las tiendas y por la vida para darme cuenta de que, alguien, había abandonado su puesto.
“Esta carta es para ti, a quien sí conozco, y para ti, a quien no necesito conocer pues no eres tan distinto al resto de los tuyos:
Te escribo porque, al fin y al cabo, no puedo encontrarte por ningún lado. Y sólo puedo ver el vacío que apareció en tu lugar, en medio de una familia a la que dejaste atrás.
Al mirar a esa madre liándose con los hijos mientras buscaba entre las estanterías el producto con el precio que lograra un pequeño extra en su presupuesto, me pregunté si tú sabías que ellos pagarían por tu ausencia y que Dios haría más sabia a esa mujer para saber elegir.
Cuando vi a esos niños jugar con su madre, riendo hasta que la barriguita les dolía, pensé, ¿imaginaste que Dios le daría a esa mujer una dotación extra de hilaridad y alegría para suplir la que tú debías traer a casa?
Y, aquella madre ojerosa de tanto trabajar fuera y de correr de un lado a otro con sus hijos de la mano, tan decidida a no rendirse en el afán de criarlos en un buen hogar, sólo me hacen comprobar que, Dios, la ha hecho más fuerte para las dobles jornadas que lleva a cuestas.
Tú, el ausente conocido y el desconocido, al dejar el proyecto atrás, olvidaste quien es Dios. El Padre y proveedor de viudas y huérfanos, pues a esa condición redujiste a quienes debías proteger, se hace y hará cargo de ellos.
Dios, sin duda, llena el corazón de esa mujer con esperanza y alegría para ella y sus hijos; teje sueños y proyectos en su mente para que inspire a los chicos con esperanza; endereza su espalda y la fortalece para llevar sus cargas; y le da sabiduría para que, con paciencia, limpie el corazón de sus hijos de las semillas ponzoñosas del rencor que, justificadamente, ellos pueden sentir contra ti.
Cuando mis puños han soltado la rabia y la indignación, vuelvo a sonreír al ver a esa mujer caminando sola con los niños de la mano pues, atrás de ella, veo a un Dios amándola y cuidando de sus pasos. Y, al mirarlo tan perfecto, mi corazón descansa al saber que será Él quien, al final, haga justicia.
A ti, hombre que abandonas el nido y olvidas tus deberes al correr tras el viento de tu auto-complacencia, te despido de mis pensamientos y te dejo en el único lugar donde encontrarás lo que te corresponde: en manos de Dios".
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