El clima, en este otoño, nos ha dado sorpresa tras sorpresa. De un día brillante y caluroso, pasamos a uno lluvioso y sin previo aviso. Y estos cambios, hasta donde observo, son mal recibidos por la mayoría. Aunque, no toda la gente que conozco, le toma tan mal esto de la lluvia.
Hace mucho tiempo, cuando mi hijo era aún un niño, sólo se le podía encontrar en un lugar cuando llovía: ¡Debajo de ella! Sí. Apenas comenzaban a caer las primeras gotas, él corría al jardín o al exterior, dondequiera que lo sorprendiera, para retozar entre las gotas. Y si aquello se convertía en un chubasco, ¡qué felicidad era para él, saltar de charco en charco, y terminar tan mojado como un pez!
Aunque al paso de los años fue dejando aquella costumbre, no ha sido así en las lloviznas y, a veces tormentas, que han ocurrido en su vida.
Otra cosa peculiar era su capacidad para pasar días enteros en casa, y hasta veranos completos, disfrutando de su espacio y las actividades más simples y elementales con verdadero deleite.
Ahora, siendo un joven adulto, puedo ver esa misma sabiduría infantil en la manera de aceptar los cambios intempestivos del clima de su vida. Porque, igualmente disfruta de los días soleados y pacíficos en familia, que de esos temporales con lluvia que, de vez en vez, retrasan los planes, nublan la visión antes clara y traen frío a casa.
Y, aunque la vida y la rutina ahora lo arrastran por días saturados de “ires” y “venires”, al final de la jornada, aún saborea de la paz con que los muros del hogar lo arropan para entregarse al romance de la música y su bajo.
Ahora que lo pienso. . . ¿Qué tal comenzar a disfrutar, también, los chapuzones y los días en casa? ¡Nunca es tarde!
No hay comentarios:
Publicar un comentario